Me llega una triste noticia a través de Ángel Vela: la muerte de Antonio Valverde. Desconocía, por esta forma de vida actual donde ya todos somos “extraños en el paraíso”, incluso que estuviera enfermo. Dicho con rotundidad y pidiendo disculpas por el exabrupto: cumplir años es una mierda. Cada día nos llegan nuevas y malas noticias de personas queridas caídas en la batalla de la vida y, por alusiones afectivas, ya nos va costando trabajo cargar con este saco de orfandad sobre nuestras espaldas. Es costumbre cotidiana y misericordiosa hablar siempre bien de los que nos dejan. No es el caso de Antonio Valverde, pues en su persona se daban cita cuantos elementos positivos adornan al ser humano, situándolo de pleno derecho en el hermoso campo de la inmortalidad afectiva. Era bueno y grande este Antonio de soles y lunas que hizo gravitar su vida entre su familia, sus amigos, su trabajo y el Flamenco. Su tiempo existencial transcurrió entre los aledaños de Santa Catalina al amparo de albaranes y facturas de artilugios que facilitan la vida hogareña y, su querido y flamenco Barrio de los Carteros. Alma Mater de la lamentablemente desaparecida “Peña el Manantial” y, posiblemente, uno de los aficionados flamencos que yo he conocido más comprometido con la causa (la que nos lleva –o debía llevarnos- al engrandecimiento del Flamenco). Para la eternidad de mi memoria sentimental quedarán las noches flamencas de lunas claras, vividas y disfrutadas –junto a su amigo del alma Jenaro- en los festivales de Mairena del Alcor. Nuestros encuentros flamencos en “Torres Macarena” o en “El Manantial”. Siempre embriagados por la magia del Arte Jondo y la amistad que nace de las profundidades del alma. Aturdido me dejaba las muestras sinceras de afecto y consideración que tenía este Antonio de Fandangos del Chozas y Colombianas de José Galán hacia mi persona. Si yo valiera la mitad de lo que el sinceramente pregonaba, se me abrirían de par en par las puertas del Cielo. Insisto, duele soportar esta última etapa de nuestra vida donde permanentemente el Gran Poder sevillano pone en nuestros labios un” descansa en paz”. Escribo este Toma de Horas cuando todavía estoy sobrecogido por tan triste pérdida. Suena en el ordenador –en homenaje a nuestra intemporal amistad- una Siguiriya de Manolo Caracol. Estamos a 2 de septiembre del 2011. El día, acorde con la luctuosa ocasión, es triste, gris, plomizo y lluvioso. Las lágrimas se me asoman a las ventanas de los ojos para mojarme la cara de pena. Huérfanos se quedan de tu amistad tus inseparables Jenaro, Ángel y cuantos tuvieron –tuvimos- la suerte de conocerte y tratarte. Cuando ya las frases no pueden superar a los sentimientos mejor cerrar los tinteros del alma. Solo me queda decirte que fue un verdadero placer el haberte conocido. Allá donde quieras que estés nunca pasarás desapercibido. Estoy seguro que alguna paloma se posará en la puerta del “Bar Talocha” y levantará el vuelo con la tristeza de no verte. Como decía el gran Machín: “Espérame en el cielo…. (Que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”).
sábado, 3 de septiembre de 2011
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