se meneaban cuando yo paso;
yo te quiero a ti solita
y a nadie le hago caso”.
Barandas, barandillas, para que nuestra vida tenga un sólido soporte físico y espiritual donde apoyarnos. Una baranda que, en un sube y baja sincronizado, afianza nuestra cuna impidiendo que demos con nuestros pocos días -o meses- en un prematuro cuerpo a tierra. Los niños miran primero el suelo a través de las rejas de la cuna; luego gateando sobre el mismo y ya, definitivamente, andando con pasos vacilantes para ver hasta donde les lleva la vida…”Caminante no hay caminos / se hace camino al andar….” Una balaustrada de piedra nos hace subir hasta la cima del Puente de San Bernardo para llevarnos al antiguo Nervión. Allí nos esperan, anclados en la singularidad de las cosas eternas, los espectaculares cruces de Marcelo Campanal; los remates de cabeza de Araujo; los “caballitos” de Juanito Arza; las internadas por la derecha de Fernando Guillamón; las filigranas de Pepillo; los despejes de puño de José María Bustos y, la delantera de los “Stuka”, dispuesta a hacer temblar a las defensas más aguerridas. Reconozco que, a pesar de mi cercanía, le hice “mutis por el foro” a ese Puente granate de Arte y Sabiduría balompédica, y me fui a través del Parque buscando la Gloria por medio de los sufrimientos domingueros. Pero lo cortés no quita lo valiente y las nuevas generaciones (sevillistas o no) deben saber que donde hoy está ubicado el Nervión Plaza antes estuvo La “Plaza del Nervión”. Un fortín futbolero donde arañar un punto –dos ya no digamos- le costaba Dios y milagros a aquellos que, en sus visitas, trataban de vencer a los defensores del castillo blanco. Un Puente, las balaustradas de un Puente, los llevaban y los traían como una marea blanca siempre triunfante pero, eso sí, pendientes de si por detrás del “Caballo del Cid” se escuchaba gritar ¡Gol! Al Sevilla se entra y se sale por un Puente que cada Miércoles Santo alcanza la cima de su Gloria. Al Betis se llega y se vuelve por una larga senda cubierta de flores y palmeras bordeando Pabellones del 29. El Sevilla es la Historia y el Betis es el Sueño. Tan complementarios son que no se concibe en la Ciudad el uno sin el otro. Sevilla tiene ya muchos Puentes pero siempre tendrá uno al que le sobran todos los apellidos: “el Puente”. Aquel que apoyados en sus barandillas nos lleva al Templo de la Soleá y la Siguiriya. El de las banderitas republicanas o gitanas, o que se yo como eran las banderas. El Puente siempre se debe –o debía cruzarse- en contramano. Al entrar, siempre por la izquierda, para contemplar como se nos va acercando poco a poco la calle Betis. Al salir, también por la izquierda, para soñar Sevilla –con Triana a nuestra espalda- en las distancias cortas. Sin prisa, pero con una leve pausa para pararnos justo en el centro y, apoyados en la barandilla, mirar el río. Barandas, barandillas, de madera en el alfa y el omega de nuestra existencia sevillana. De noble cuna mecida por las nanas de abuelas y madres…”En la cuna del hambre mi niño estaba / con sangre de cebolla se amamantaba……” La última barandilla, también de madera como su Cruz, es rectangular y está pegada a las paredes laterales de su Camarín. Apoyados en ella subimos y bajamos fatigosamente para verlo a Él. Barandas, barandillas, para que nuestro caminar por la vida tenga un soporte donde apoyarnos. Con la esperanza, con la firme esperanza, de poder un día –ojala que muy lejano- poder contemplar Sevilla apoyados en las barandas del Cielo.
1 comentario:
¡Buena entrada Juan Luís!
Que verdad es que con los años valoramos más las barandas. Nos son tan necesarias como cuando niños pero, ahora, con más conciencia de su ayuda.
Nuestro hermano Fali Pastrana, de la Puerta la carne, y sevillista hasta las cachas, siempre le dice a la mujer, para agraviarla: "que vivan los puentes sin agua, y los toreros de San Bernardo.
Ella es de Triana, Alvarez de apellido y sobrina de Manuel Alvarez "El Andaluz".
Un abrazo
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