lunes, 26 de septiembre de 2011

Por su cloro los conoceréis



Hace tan solo muy pocos años las piscinas se convirtieron en un signo de distinción y un signo inequívoco de triunfo social. Todo aquel que significara algo en la escala social debía tener Piscina y, evidentemente, Caseta en la Feria y Casa en el Rocío. Quedaba de esta forma configurado el “Triangulo de las Bermudas” de la gente pudiente y triunfadora. Te decían: “vente el Domingo con la “parienta” y los niños que veras como se lo pasan en la Piscina”. Daba igual que se tuviera una casa, un chalé, una parcela o una tienda Kiowa, lo importante es que tuviera una piscina. Innegable resulta constatar que muchos de estos logros sociales nacieron fruto del tesón y el talento, resultando no menos evidente que en otros predominó la “mangoleta” y el blanqueo de dinero, propiciando vertiginosas escaladas sociales y dinerarias. Había mucho dinero esperando que algunos desaprensivos cogieran la brocha y les dieran una espuria mano de cal. Ahora la Crisis ha puesto casi definitivamente las cosas en su sitio. Cuando cada miércoles mañanero emprendo el camino que me lleva –y me trae- hasta Sanlúcar la Mayor para ver a mi santa madre, observo la ingente cantidad de piscinas vacías existentes en el Aljarafe. Muchas durmiendo el sueño azul de la falta de cloro. Algunas en viviendas que presumo deshabitadas y otras con una presencia humana casi fantasmal. ¿Dónde pondrán ahora la “era” los gorrones domingueros? ¿De que presumirán en la actualidad los “tiesos” con ínfulas de grandeza? Observo piscinas grandes y pequeñas abandonadas a su triste suerte de piletas vacías. Otras están llenas de agua pero carentes de juegos infantiles que son en definitiva quienes les dan la vida. Recuerdo una excelente película dirigida por Frank Perry e interpretada magistralmente por Burt Lancaster titulada “El Nadador” (1968), donde se narraba, rayando la perfección, la decadencia “piscineril” en toda su crudeza. Burt Lancaster –desencantado de todo y de todos- cruza el condado donde vive nadando por las piscinas que poseen amigos y conocidos. Un clarificador alegato sobre las grandezas y miserias del “Sueño Americano”. Pasamos en unos años de las masificadas piscinas públicas de nuestra infancia a aquellas particulares de hoy. Huérfanas de bullicio y sin más presencia que la de algún olvidado flotador. Ya los niños no tienen “hambre” de Piscinas. Las dejan abandonadas a su suerte y se refugian en sus habitaciones refrigeradas para jugar con la “Play”. Pobres piscinas, ayer soñadas por los niños de mi generación y hoy sin más compañía que los rayos de sol que a modo de calidoscopio se reflejan sobre ellas. Cada día tienen menos usuarios y algunos de sus dueños tienen cosas más serias en las que pensar. Como por ejemplo una carta certificada y con acuse de recibo citándolos en los Juzgados para hablar de sus piscinas y otras pertenencias. Época más que de piscinas de trampolines. Subieron por una escalerilla hacia la cima para terminar cayendo de bruces contra el agua. Son los signos de unos tiempos donde todo se relativiza enmarañado en los que denominan “tesituras y/o circunstancias”. ¿Volverá a resurgir el esplendor veraniego de las piscinas privadas de antaño? ¿Conseguirá el cloro despertar de su actual letargo de garrafas cerradas a cal y canto en oscuros almacenes? Quien lo sabe. No están los tiempos para emular a Nostradamus. Al final la Humanidad siempre se nutrió de repetirse históricamente. Nada nuevo bajo el sol o si acaso un chapuzón infantil en la piscina de……….

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