El Diario “El País” en su edición del pasado 7 de agosto se hacia eco de una encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) sobre la evolución del catolicismo en España durante los últimos años. De los datos se podría deducir que España es al día de hoy menos católica. Se apuntaba que el numero de creyentes españoles ha descendido al 71 % (diez puntos menos que hace una década). Entre los más jóvenes los datos son peores: caía al 56% y con la variante de que a mayor nivel de formación académica menor grado de religiosidad (esto, sinceramente, da bastante que pensar). Las vocaciones sacerdotales también experimentaban un fuerte descenso: en los 70 Seminarios existentes en España hay una media de 15 alumnos por Seminario. Estos serían, a grosso modo, unos datos que debían de mover a un cierto grado de preocupación en nuestras Autoridades Eclesiásticas. No basta con eludir responsabilidades propias cargando “la suerte” en las políticas laicistas de los Gobiernos de Zapatero. Tampoco culpando a unos medios informativos que esconden sus miserias y sus ansias recaudatorias maleando el sentir religioso de la –todavía- mayoría de los españoles. Esto, con ser verdad, viene a significar tan solo una parte del problema. Aquí han pasado y están pasando cosas que, dada su especial relevancia popular, no están siendo respondidas y asumidas por las altas instancias eclesiásticas. Hoy, nadie puede dudar, que ante una Crisis tan atroz como la que padecemos ha sido CARITAS (Iglesia en definitiva) quien ha dado las respuestas más eficaces a las necesidades más acuciantes de la gente. Pero a nivel intelectual y, sobre todo vivencial, la gran distancia existente entre las bases cristianas y la jerarquía no solamente no se acortan, sino que se agrandan cada día un poco más. No se trata de que la Iglesia “modernice” su discurso para incardinarlo con los problemas actuales de la Sociedad española. Se trata de asumir sin complejos que el periodo español del Nacional-Catolicismo ya duerme el sueño de los injustos. La separación Iglesia-Estado forma parte fundamental de una Sociedad libre y democrática y, seguir anclado en el pasado, nos lleva del vacío a la nada. Los templos sevillanos donde no radican Hermandades son un canto al ostracismo y al abandono (material y sobre todo humano).
Cada vez que recibo un Boletín de algunas de las Hermandades a las que pertenezco se me –nos- recuerda que formamos parte de la Iglesia. ¿Quién lo pone en duda? ¿Es necesaria al día de hoy una insistencia tan perseverante? Parece ser que sí y, tampoco estaría de más, que también esto se les recuerde a nuestros Pastores Evangélicos. La Iglesia tiene el derecho y la obligación de manifestarse, bajo sus postulados, de todo cuanto le rodea –para bien o para mal- a las personas que formamos parte de eso que hoy llaman Ciudadanía. Pero no podemos movernos socialmente tan solo enganchados al Aborto; la Eutanasia y el Matrimonio entre Homosexuales. Si como cristianos hemos dejado clara nuestras negaciones, ya va siendo hora que también nos manifestemos en nuestras afirmaciones. Dar testimonio, en la época actual, de lo que representa el Cristianismo solo puede entenderse a través del necesario ejercicio de los hechos consumados. “Por sus obras los conoceréis”, se nos dijo, y en ellas siempre estará lo mejor de nuestro discurso cristiano. Predicar, dar trigo y, a ser posible, compartirlo con los que menos tienen. Eso fue lo que hizo Jesús cuando estuvo entre nosotros y eso es lo que debemos hacer sus discípulos.
Lo demás son “batallitas” de palacios. Teología de mármol de carraca. Besos hipócritas estampados en anillos arzobispales. Biblia encuadernada con tapas de lujo.
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