Roberto Cifuentes era un delineante-proyectista a punto de cumplir los cincuenta años de edad. Maribel Sarmiento era una funcionaria del SAS con los cuarenta y cinco recién cumplidos. Tenían dos hermosos niños: Lucía de quince años de edad y, Daniel, que vislumbraba ya la frontera de los once. Era lo que se conocía como una familia de clase media, emergente de un contexto social proclive a la elevación de los mejores. Vivían en un chalecito del Aljarafe y disponían de una segunda vivienda en Costa Ballena. Dos coches repartidos equitativamente y una zodiac para que Roberto especulara con sus sueños de intrépido marinero. Los “niños” estudiaban en un Colegio Bilingüe de Mairena en un régimen medio pensionado. Todo discurría en clave de versión aljarafeña del “Sueño Americano”. Las cosas no les podían ir mejor y cada vez que se reunían en una barbacoa con los vecinos de la Urbanización todos, sin excepción, les solían comentar que configuraban el matrimonio perfecto. Sanos, guapos, cultos, educados, solidarios, con trabajos bien remunerados y con el añadido de poseer dos hermosos descendientes. Pero, a diferencia de los que nos enseñaron en los cuentos que nos arrullaban de niños, no son las ranas las que se terminan convirtiendo en Príncipes sino más bien al revés: los Príncipes casi siempre nos salen ranas. Maribel iba notando extrañada como Roberto rompía su escrupulosa monotonía de horarios y empezaba a salir y llegar a las horas más diversas. Todo, le decía, era motivado que con la Crisis habían despedido a algunos compañeros y había que repartirse el trabajo. Paralelamente le entró una pasión desenfrenada por los Gimnasios y por la utilización de potingues diversos para paliar los futuros estragos en su rostro. Exfoliante y gel antideslizante para antes del afeitado. Crema regeneradora para después del mismo. Otra, antifatiga y nutritiva, antes de dormir para combatir el estrés del día a día. Su alimentación dio un giro de 180 grados y comía solo productos ecológicos; alimentos bajo en sal y agua mineral baja en sodio. Yogures que ayudaran a una eficaz evacuación mañanera y, bebida sin alcohol o carente de burbujas. Tanto Maribel como los “niños” se miraban extrañados ante este radical cambio de actitud. Más viniendo de alguien que solo hacia ejercicio cambiando las marchas del coche; que se bebía hasta el agua de los floreros y, que aprovechaba de los “cochinos” hasta las orejas. ¿Qué le estaba pasando? ¿A que era debido este súbito y pertinaz interés por instalarse en una eterna juventud? Pronto lo descubrirían. Un día esperó a que terminara la retransmisión de un Madrid-Barcelona (lo primero es lo primero) y los reunió para comentarles algo importante: “Se que es duro para todos pero debo comunicaros que me voy de casa. Mi vida –conyugal- había entrado últimamente en una vulgar monotonía y no me sentía realizado. He conocido a una mujer algo más joven que yo (ese “algo” era que él le doblaba la edad) y me voy a vivir con ella. A vosotros no os va a faltar de nada. Para vuestra madre y para mí siempre seréis lo primero”. Lucía se encogió de hombro y dijo que se iba a “chatear” a su habitación con unos amigos. Daniel hizo lo propio no sin antes pasar amorosamente la mano por la cabeza de “Cuco”, el perro. Cuando se quedaron solos él presagiaba que ahora, con Maribel, lo malo estaba por llegar. Tormenta de las gordas a la vista. Craso error.
Esta se sonrió y le dijo: “Puedes irte cuando quieras. Pero para que no te vayas de vacío, te diré que yo por mi parte llevo un montón de años foll….con Alfredo, mi compañero de Sección”.
Prosiguió diciéndole: “Si fueras un poco menos lelo te habrías dado cuentas de que Dani tiene su misma cara, “so” cabrón”. Se fue dando un portazo y allí se quedó, Roberto Cifuentes, descompuesto en el salón con su chimenea chisporreteando; repleto de fotos familiares por todas partes y sentado –santa casualidad- bajo una cabeza de ciervo disecada. Delineante Proyectista. Cincuentón enamorado de lo imposible. Adalid del mantenimiento físico. Consumidor de potingues. Vegetariano de nuevo cuño y, por encima de todas las cosas: irredento cornudo.
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