miércoles, 12 de octubre de 2011

El último cartucho

“Si, el hombre pasa, pero su voz perdura,
Nocturno ruiseñor o alondra mañanera,
Sonando en las ruinas del cielo de los dioses”
- Luís Cernuda -


Canta Serrat en su canción “Pueblo Blanco”: ….”y morir por morir quieren morirse al sol”. Quieren, queremos todos, tener una muerte digna y a ser posible con un poco de tiempo para despedirnos en condiciones. A ciertas edades debo reconocer darme un cierto repeluco nombrar, aunque sea de pasada, a la sombría “Dama de la Guadaña”. Pero algunas veces es inevitable. Encontrarte en la calle a algún amigo o conocido y que te diga. “Oye te acuerdas de Manolito el de Joaquina”. Yo me acuerdo pero el citado parece ser que ya no se puede acordar de nadie. Te siguen comentando el doloso tema: “Pues nada se le presentó un cáncer galopante y ha “palmao” en dos meses”. Si te dan referencias con un principio de: Oye, tú te acuerdas de….” Nunca suele fallar. A nadie le ha tocado la primitiva ni tiene a los tres hijos trabajando. Para nada. Ha tomado el “Camino del Jardín” que con tanta gracia nos decía el recordado Beni de Cádiz. Este verano he sufrido de rebote un par de fallecimientos de dos personas de mi entorno más cercano. Eran más conocidos que amigos pero ambos poseían unos valores humanos verdaderamente encomiables. Uno, charcutero en un establecimiento cercano, donde me dejo parte de mis emolumentos cambiando euros por colesterol. Otro, un vecino configurado en un hombre trabajador, buen padre, buena persona y donde la prudencia tomó cuerpo y alma. Ambos estaban rozando -por encima o por debajo- la frontera que marca los cincuenta años de edad. Los dos murieron en sus hogares victimas de infartos fulminantes. Sinceramente, estas cosas dan que pensar y uno termina “comiéndose el coco” ante la inevitable disyuntiva de abandonar el Reino de los vivos (algunos más vivos que otros). Creo, asumiendo la utopía del comentario, que toda persona tendría que disponer de un último día terrenal, para dedicarlo íntegramente en aquello que más le satisfaga. ¿Cómo podría yo emplear estas últimas y definitivas 24 horas? Lo tengo claro. Me levantaría temprano y me tomaría el primer café mañanero. La monotonía diaria como símbolo de las cosas más gratificantes. Primero encaminaría mis pasos a San Nicolás de Bari para despedirme de los “Caseros” de tan querido Templo. Me sentaría después en el bordillo de la calle Mármoles para ver las columnas romanas por última vez (allí siempre busqué y encontré al niño que un día fui). Luego, pasearía pausadamente por la Plaza de la Alfalfa, soñando el trinar de los pájaros y el paso de la Candelaria cada tarde de Martes Santo. Una reposada visita al Señor de la Pasión para que interceda por mí ante los responsables que habilitan la entrada en el Reino de los Justos. En línea recta Rioja y Reyes Católicos hasta desembocar en la entrada del Puente de Triana. Pisarlo por última vez musitando por lo bajini una Soleá alfarera. Volver sobre mis pasos para que estos, sin previa indicación, me lleven hasta la presencia del Señor de Sevilla. Una rápida visita al Columbario para decirles que pronto estaré allí definitivamente. Me tomaría mi última copa de manzanilla en la Bodeguita de San Lorenzo. Solo y sin más compañía que mis recuerdos (los amigos no están para crearles inquietudes innecesarias). Vuelta al redil sin más preámbulos callejeros de incansable paseante del Casco Antiguo. Comería con la parsimonia del Pan y el Vino de la Eucaristía.

Una breve “cabezadita” y a disfrutar del Séptimo Arte: Primero, la II parte de “El Padrino” de Coppola y después “Solo ante el peligro” con Gary Cooper. Una última sentada en el ordenador para escuchar a Caracol por Siguiriya; Pastora por Peteneras; Mairena por Soleá; Camarón por Tangos; Morente por Malagueña de Chacón y Vallejo por Media Granaina. Remataría (nunca mejor dicho) con el “Mediterráneo” de Serrat; un Arias de Maria Callas y el “Love Me Tender” de Elvis.

Antes de apagarlo dejar escrito en la pantalla: “Perdón a aquellos que defraudé y gracias a quienes me quisieron y sobrevaloraron. Me ha sido imposible despedirme de todos vosotros”.

Ya poco más. Un vaso de leche entera de Pascual (ya la semidesnatada no tendría sentido), dos sultanas de coco de la Confitería Castro y a soñar con Sevilla y el Betis.

Leer por última vez tres poemas de Cernuda; dos de Antonio Machado y uno de Alberti, Juan Ramón, Miguel Hernández y del gran Federico. Ya el día estaría dándole paso a las tinieblas de la noche. Se acabó lo que se daba.

Pero si el Tiempo y a la Autoridad Celestial me lo permiten, me gustaría seguir toreando algunos años más en esta Plaza. Si se me autoriza a citar algún referente concreto, lo haría con mi abuelo Félix. Le faltaron tan solo dos meses para cumplir el siglo (mi madre lleva trazas de superarlo). Porque, a pesar de los pesares, ¡la vida es tan bella!

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