viernes, 4 de mayo de 2012

Sayonara mosto


Sotoru Satoh, es el actual Embajador de Japón en España. Personaje singular y persona cultísima. Leo sus andanzas sevillanas en una reciente entrevista en el Diario “El País”. Cuando ingresa en 1978 adjunto al Cuerpo Diplomático del Ministerio de AAEE japonés lo programan para trasladarlo a Méjico. Para este menester lo envían a Sevilla para mejorar su todavía incipiente español. El reconoce sin complejos lo siguiente: “No miré ni un libro, pero estudié mucho la cultura española, el vino, las calles de Sevilla, los tablaos flamencos, el jerez y aprendí sevillanas”. La relación de los japoneses con Sevilla, y fundamentalmente con Coria del Río, traspasa el terreno de lo anecdótico para entrar de lleno en los hermosos e imperecederos de la sangre. Arribaron por Coria, navegando por el Guadalquivir, en el siglo XVII (concretamente en 1614). Eran un expedición comandado por el samuráis Hasekura Tsunenaga (existe una soberbia estatua suya en el Parque Carlos de Mesa coriano). Venían a Europa con dos misiones específicas: visitar a Felipe III y, de paso, concretar negocios en Sevilla en la Casa de la Contratación del Consejo de Indias, epicentro del lucrativo negocio con las Américas. La otra, era visitar al Papa Paulo V, con el noble propósito de suavizar las tremendas convulsiones religiosas existentes. Parece ser que su paso por Coria del Río hizo mella en sus corazones nipones y, al emprender el retorno desde Sevilla (1618-1620), muchos decidieron quedarse a vivir definitivamente en la un día bien llamada -por su gran cosecha futbolera- “Baracaldo del Sur”. Existen distintas versiones para este desembarco sentimental japonés por tierras corianas. Unos dicen que fue para salvaguardarse de persecuciones religiosas. Otros –creo que esta será la más cercana a la realidad- por quedar extasiados ante la belleza de las mujeres de Coria. Los menos, para comprobar in situ como se jugaba al fútbol por estos lares. Lo cierto es que Coria del Río es hoy un pueblo -hermoso y querido pueblo- mitad sevillano y mitad japonés. El apellido Japón es allí tan común como sabiamente reconstruido por las hermosas tradiciones sureñas. En Sevilla nunca hemos sabido distinguir el mundo de los orientales y los hemos englobado a todos con una sola denominación de origen: “los Chinos”. Japonés, vietnamita, tailandés o chino da igual, para nosotros siempre serán, “los Chinos”. Nuestro argot popular está lleno de connotaciones chinescas: “No me cuentes un cuento chino”; “Trabajar como chinos” o, “Esto es una película de chinos”. Ahora, y no precisamente por el Guadalquivir, han llegado a Sevilla y posiblemente sea también para quedarse. Al hilo de nuestras veleidades consumistas tienen tiendas desparramadas por los cuatro puntos cardinales de la Ciudad. Van a la suyo y nos utilizan como lo que somos actualmente: consumidores compulsivos de cosas superfluas. Nos se relacionan con nosotros nada más que a través de sus actividades comerciales: “Juntos pero no revueltos”. Ignoramos donde entierran a sus mayores y que tipo de vida social llevan sus jóvenes. Viven por y para la venta de sus productos y los días de veinticuatro horas les vienen cortos. Son esforzados, talentosos y tremendamente educados. Van todos a una y conocen a la perfección la ubicación exacta de los miles de productos de sus establecimientos. ¿Conseguiremos que se integren con nosotros algún día? ¿Veremos a un chino de capataz en la Sagrada Mortaja? Tiempo al tiempo. Puede que algún día se despidan con un: Sayonara mosto.

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