Hace unos días leía una serie de reflexiones que hacia en una
entrevista el Premio Nobel de Medicina, Werner Arber. Entre otras cosas llenas
de sensatez decía: “Todo en el Génesis
aparece de forma lógica: después del planeta, las plantas, luego los animales
–que ya tenían algo que comer- y, finalmente, el ser humano y todo el resto.
Así fue la creación”. Los científicos hace ya mucho tiempo que al razonar
sobre la existencia de Dios llegaron a dos conclusiones que se complementan: “Científicamente no podemos afirmar la
existencia de Dios ni tampoco su no existencia”. Es decir: volvemos siempre
al punto de partida del origen de todas las cosas. Creer o no creer he ahí la
cuestión. Unos prefieren hacerlo desde la duda razonable; otros anclados en el
fundamentalismo y otros, que parece ser son mayoría, colgando el traje de la Fe en el ropero de lo
insustancial. La vida y sus
circunstancias le proporcionan al ser humano motivos más que sobrados para el
descreimiento. Avatares personales, sociales y/o familiares desencadenan en las
mentes lucidas una serie de interrogantes difíciles de despejar. ¿Cómo se le
puede explicar a unos padres victimas del abatimiento que la muerte de su joven
hijo se debe a los designios divinos?
¿Quién permite que un usurero muera de viejo recontando el fruto de su
rapiña mientras que una persona bondadosa entrega la suya en plena
juventud? Serían muchas las preguntas a
las que la racionalidad no encuentra respuestas. Sin embargo soy de los convencidos de que el
ser humano cuando pierde la Fe
es un barco a la deriva. Quien nunca la tuvo posiblemente se encuentre
cómodamente instalado al margen de la duda existencial. Conozco casos de personas a los que la vida
ha golpeado de manera inmisericorde y, sin embargo, se agarran a su Fe como a
un clavo ardiendo. Otros, que viven
instalados en la permanente bonanza, dudan hasta del sol de la amanecida. Al
final, no nos engañemos, el ser humano se dignifica o envilece a través de su
comportamiento. La bondad siempre, invariablemente siempre, debe –o debería-
prevalecer sobre la Fe. Si
además ambas se complementan pues miel sobre hojuelas. Los seres humanos nacemos
como fruto de un proceso bioquímico entre un hombre y una mujer. Luego
aparecerán en nuestras vidas elementos genéticos, educativos y/o personales que
determinarán en parte nuestro comportamiento de seres humanos. Después se nos
aparecerá una figura llamada libre albedrío que a la postre configurará en que
lado de la balanza nos situamos: el de la maldad o el de la bondad. Conozco casos de personas criadas y educadas
en un ambiente placentero y bondadoso y que han terminado por configurarse en
canallas integrales. Justamente ocurre algunas veces en sentido contrario. A lo largo de nuestra vida la Fe es un boomerang que sale de
nosotros para que Dios nos lo devuelva de nuevo. Pedimos ayuda a los Cielos –por medio de las
Imágenes- para que el miedo, la angustia existencial, los tristes avatares y el
infortunio pasen de largo por nuestra casa.
Más de una vez y fruto de la desesperación miramos al Cielo clamando:
¿Bajas Tú o subimos nosotros?
viernes, 5 de abril de 2013
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