“Un banquero es alguien
que te presta un paraguas
cuando hace sol
y te exige se lo devuelvas
cuando está lloviendo”
- Mark Twain –
Hace años -muy pocos por cierto- era frecuente recibir en tu casa
llamadas de agentes bancarios ofreciéndote préstamos de miles de euros. Solo
tenías que presentarte en “tu” banco provisto de la nómina y los “papeles” de
tu vivienda para que en cuestión de horas tu cuenta se alegrara de recibir tan
jugosos vecinos monetarios. Los Bancos disponían de dinero, de muchísimo
dinero, y su negocio consistía –y consiste- en prestarlo con intereses
desorbitados. Bien cierto es que a nadie se le ponía un “puñal en el pecho”
para que firmara su futura sentencia de muerte económica y social. Nuestro
asentamiento en una ficticia clase media provenía fundamentalmente del uso de
las tarjetas y de los préstamos. Pedíamos y gastábamos sin ton y con el son que
nos marcaban los Bancos. En definitiva:
gastar lo que no se tenía y deber lo que no se podía pagar. Los Bancos sabían que en numerosas ocasiones
las posibilidades reales de devolver lo prestado eran imposibles. No les
importaba: embargaban los pisos y los revendían a buen precio proyectándolos
dentro de la “burbuja inmobiliaria”. Hicimos caso omiso de los consejos que nos
dieron madres y abuelas y ahora la cosa no tiene una fácil solución. Lo mismo pedíamos para comprar un pisito en
la playa que para un coche nuevo. Lo hacíamos para reformar cocinas y cuartos
de baño y, como no, para viajes al Caribe o celebrar banquetes de bodas y
comuniones. Teníamos trabajo “fijo” y
creíamos ingenuamente que los bancos estaban para facilitarnos la vida y no
para complicárnoslas. Ahora son miles de familia a las que han desprovisto de
manera inmisericorde de bienes y haciendas. El Gobierno –presente y pasado- se
lava las manos en un supino ejercicio de cinismo político. La
Banca ha cerrado drásticamente el grifo de los necesarios
créditos para la creación –y consolidación- de pequeñas y medianas empresas (el
80 por ciento del tejido productivo de nuestro país). A pesar de los “cantos de sirena” de nuestros
actuales gobernantes las posibilidades de creación de puestos de trabajo en los
próximos años serán escasísimas. Nada
más lejos de mi intención que colaborar a que se extienda el pesimismo que nos
invade pero la realidad es la que es.
Antes existía una firma de cosméticos que se anunciaba con un lema que
decía: “Avon llama a tu puerta”. Hoy
quienes llaman a las puertas son los secretarios de los juzgados portando
órdenes de desahucio. Hemos caído ingenuamente en manos de los usureros y ahora
es un poco tarde para lamentaciones. Las
clases sociales han existido, existen y existirán siempre. Que nos convencieran de que casi todos éramos
ya componentes de la clase media no era más que un ejercicio de
manipulación. Insisto, nuestras madres y
abuelas nos marcaron el camino a seguir pero preferimos ignorarlas para caer de
bruces en los brazos de la
Sociedad de Consumo. Posiblemente
sea verdad que no hay peor sordo que el que no quiere oír.
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