viernes, 19 de abril de 2013

Los agoreros




“La tristeza del alma puede matarte
mucho más rápido que una bacteria”
- John E. Steinbeck –
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Existe un espécimen humano por el que reconozco sentir una verdadera antipatía: el agorero.  Para entendernos, también podemos llamarlos como: los fatalistas.  Agorero y fatalista son dos ramas de un mismo árbol. Son aquellos que nos sitúan en las puertas del pesimismo militante.  Ser conocedor de la realidad que nos rodea siempre llevará implícito una cierta dosis de pesimismo.  Pero otra cosa bien distinta es desparramar ese pesimismo entre nuestro círculo más íntimo para provocar una cierta pandemia de desazón existencial.  Si en presencia de un fatalista alguien comenta que ha montado un pequeño negocio estando seguro de salir adelante, el agorero le replicará que no se haga ilusiones y que más pronto que tarde tendrá que cerrarlo. Si comentas el buen día que hace de inmediato te dirá que: “de acuerdo, pero he leído en Internet que pasado mañana lloverá”. Si coincides con él en un bar y tu equipo acaba de marcar un gol verás como te dice que seguramente el contrario empatará antes del final.  Se encuentran cómodos desperdigando dosis de pesimismo a diestro y siniestro y todo, absolutamente todo, siempre será manifiestamente empeorable. Su propia naturaleza los convierte en seres perversos y retorcidos y mantenerlos alejados es vital para nuestro equilibrio sentimental.  Puede que en ellos tome forma aquello que nos repetían continuamente nuestras madres y abuelas: “Niño, cuídate de las malas compañías”. Te lo encuentras en plena Cuaresma y al conocer tus preferencias cofrades te suelta sin anestesia: “Pues he leído “no se donde” que el Martes Santo va a llover”. ¡Tiene cojones la cosa! Tener una clara percepción de la realidad, padeciendo o conociendo en primera persona los estragos de la Crisis, no puede instalarnos en la nube de la bonanza. Tampoco, evidentemente, caer de bruces en el polo contrario. Pero debemos aplicar a rajatabla el no desfallecer y terminar aterrizando en manos del pesimismo. Estamos vivos y ese será siempre un motivo para la esperanza.  La situación socio-económica de las clases más desfavorecidas es patética, pero no podemos renunciar a nuestro necesario plus de ilusiones compartidas.  Apoyándonos unos a otros, y otros a uno, es como únicamente saldremos de este atolladero en el que nos han metido esta “caterva” de usureros y corruptos.  Siempre, eso si, bajo la bandera del optimismo.  Repasemos mentalmente que tipo de vida llevaron nuestros padres y abuelos y ahí encontraremos la fuente donde saciar nuestra sed de justicia y optimismo. Es normal que un día padezcas un “bajón” y al siguiente te sientas medianamente feliz.  Forma parte del ejercicio de vivir donde templanza y destemplanza caminan siempre cogidas de la mano.  

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