miércoles, 24 de abril de 2013

El placer de la lectura




Decir que a la largo de mi vida he leído mucho es una verdad incuestionable, pero decir que podía haber leído muchísimo más lo es aún más. Por una serie de razones reconozco sin ambages que mi etapa de “ardores guerreros” ceutí fue de las más prolíficas en mi ya larga carrera de apasionado lector.  Con los años la lectura se nos aparece más pausada y liberada -¡al fin!- de la apasionante –pero atropellada- etapa juvenil.  He acumulado a lo largo de los años una numerosa y apasionante biblioteca (tan solo de temas flamencos deben rondar los 500 ejemplares) y confieso con cierta vergüenza que son muchos los pendientes de lectura. Aquellos libros que me queden y no pueda meterles el ojo espero que otros lo hagan por mí.  Dada mi incorregible condición-vocación franciscana los libros prestados -y no devueltos- deben sumar algunos cientos (no exagero en absoluto). Es muy difícil que cuando visito cada jueves el Mercadillo no vuelva con algún libro bajo el brazo. Además de estar pendientes de las ofertas de los Kioscos de Prensa, recibo algunos libros de Editoriales amigas y suelo comprar alguno nuevo cada mes. Reconozco que me siento bastante cómodo en mi “cueva” rodeado de libros por todas partes. Los libros, incluso en las estanterías, están vivos y ansiando el roce de una mano amiga.  Solo tengo perfectamente clasificados los de Flamenco y aquellos que tienen relación con Sevilla. Los de Literatura, Historia, Filosofía y Sociología están diseminados por doquier y encontrar alguno se convierte –a veces- en una aventura. Antes era capaz de leer y a la par escuchar la radio. Ahora solo puedo hacerlo escuchando de fondo música clásica.  Sinceramente, mi vida cultural la cubro plenamente alternando música, lectura, teatro y cine (a la “Caja tonta” que le vayan dando por…). Todo este gratuito ejercicio de “erudición” viene a cuento para contrarrestar la teoría de que poco o nada podemos hacer para cambiar nuestro destino.  Más que adquirir Cultura –que también- creo que lo importante es tener inquietudes por desarrollar. Lo cotidiano se nos presenta asfixiante por su propia naturaleza. Trabajo, estudios, familias, obligaciones, deudas, compromisos, convencionalismos… son una parte sustancial e ineludible de nuestra existencia. Tan solo la Cultura puede liberarnos a través de la emoción, la reflexión y la belleza del monocorde mundo en que nos desenvolvemos. Vivir nuevas vidas por medio de lo verdaderamente culto se nos hace imprescindible para que todo esto tenga sentido.  Recuerdo, hace años, a un indigente que pedía en la puerta de la Iglesia de Santa María la Blanca (antes de la restauración) que siempre tenía un libro en las manos. Cuando se metía en la lectura seguro que su penosa situación personal pasaba a un segunda plano. Volaba con la libertad de los pájaros y esta libertad se la debía al inmenso placer de la lectura.

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