“Me parecería una autentica falta
de cortesía que Dios no
existiera”
- Ana María Matute –
Existen sobrados motivos para no dudar de que la fe mueva montañas
pero: ¿quién crea las montañas y las mueve hacia la fe? ¿Quizás Mahoma? La experiencia me ha demostrado que existen
múltiples maneras de ser creyente (es decir: tener la fe necesaria para poder
traspasar la barrera de lo efímero y superar lo estrictamente racional). Unos
encaran su fe desde la superstición milagrarera. Otros desde el fundamentalismo
más irracional. Muchos como una especie
de Póliza de Seguros que mediante una cuota de rezos, misas, velas, estaciones
penitenciales y donativos quedarán –ellos y sus familias- salvaguardados de
cualquier atisbo de tragedia o desamparo. Otros, y posiblemente los menos, la encaran desde una perspectiva integral. Combinando
armoniosamente continente y contenido. Uniendo el fondo con la forma. Alfa y
Omega. Reflexión intelectual y comportamiento ético. Compromiso cristiano
plasmado en una manera de comportarse en la vida. Cada cosa en su sitio y cada
sitio en su cosa declarando como prioridad fundamental colocar al ser humano
enmarañado en su libre albedrío. Es como
si Dios nos dijera: “Ahí tienes dos caminos. Uno el de la bondad y el otro el
de la perversión. Tú verás cual escoges y atente a las consecuencias”. Evidentemente tan solo con la fe no puede
garantizarse ser una buena persona. Dios
se nos muestra amable en el rocío mañanero que refresca los pétalos de las
flores pero también desairado en los tsunamis que arrasan pueblos enteros. Dichoso ante la angelical sonrisa de un niño
y cabizbajo ante el desamparo de un anciano en la soledad del cuarto de una
Residencia. Pasa suavemente su mano
sobre los mares para que olas besen las orillas de las playas y golpea furioso
con el tridente de Neptuno para que recen los marineros ante el naufragio. ¿No
argumentamos que Dios está en todas partes?
Pues no intentemos solamente asignarle lo bueno. Nos hizo complejos por nuestra propia
naturaleza y su divinidad siempre será el último bastión donde agarrarse. A
pesar de que nos criaron con esa cantinela a Dios no se le teme: se le quiere,
se le venera y se le respeta. ¿Temer a un Padre? Estoy
seguro que en numerosas ocasiones no debe sentirse muy satisfecho del
compartimiento de algunos “pastores” y de no pocos fieles de su Iglesia. Hoy, cuando la vida se nos muestra más
esquiva y compleja, es cuando la fe cobra una importancia fundamental. Creer o no creer he ahí la cuestión.
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