Mala cosa es, además de preocupante, que no solamente empieces a percibir que el tiempo actual no solamente no te pertenece, sino que también te sientas extraño y molesto ante los aconteceres de la cotidianidad. Creías haber configurado a través de los años un armazón ideológico, espiritual, social y cultural, comprobando con desaliento que de poco o nada te sirve en la actualidad. No se trata de un canto al pesimismo, sino más bien el constatar que estas atrapado en el reloj del Tiempo. Hace ya algunos años que te decían de manera machacona que la cuestión era adaptarse a los nuevos tiempos. Que no se puede vivir prisionero de costumbres que hoy ya se nos presentan como obsoletas y trasnochadas. Renovarse o morir era en definitiva la disyuntiva. Pero, ¿cómo puedes dejarte atrapar por redes sentimentales que no están hechas a tu medida? Bien está que en lo material y en lo tecnológico tu vida –y la de los demás- haya variado sustancialmente. Cuando has vivido tantos años sin siquiera tener agua corriente, hacinado con tus padres y hermanos en un modesto cuarto de un corral de vecinos, ¿cómo no vas a saber valorar el confort del que disfrutas y del que has hecho participes a tus hijos en su crianza? Pero, ¿donde ha ido a parar ese proyecto de hombre con inquietudes políticas, sociales y culturales? ¿Qué nos queda de tantas ilusiones juveniles compartidas con gente de tu camada? Una, diez, cien, mil preguntas que se perderán sin respuesta como la ultima nube que se disipa en los atardeceres de verano. Insisto: no es un canto al pesimismo sino todo lo contrario. Más bien un último gesto de rebeldía, para comprobar si podemos hacer algo todavía para cambiar este estado de cosas. Que no tengas que decir dentro de poco: “el último en salir que apague la luz y cierre la puerta”.
Nos desayunamos, almorzamos, cenamos y nos acostamos con una batería de malas noticias que nacen de la insolidaridad, la barbarie, la desdicha, la corrupción o los abusos del poder. Te dicen que un canalla ha matado a su mujer y a sus dos hijos, para luego intentar (¿) suicidarse. Que un vecino de 60 años de edad que vivía solo, llevaba ¡dos meses! muerto en su piso. No es que notaran su ausencia, lo que ocurrió es que el tremendo olor que procedía del interior de su vivienda era insoportable. Que han muerto cinco trabajadores en Benacazón como consecuencia de una explosión producida en el taller pirotécnico donde trabajaban (siempre me provocó una tremenda impresión los accidentes laborales mortales). Que un “cuidador” reconoce haber violado sistemáticamente a un menor disminuido psíquico. Confiesa su horrendo crimen, para evitar una condena mayor a los cinco años que han pactados sus abogados. Las noticias provenientes allende nuestras fronteras mejor ni comentarlas. Que un político de… (pongan el Partido a su criterio que en todas partes cuecen y se roban habas), ha vaciado las arcas municipales y proclama–eso si-su inocencia a bombo y platillo. Posiblemente las únicas buenas nuevas de un telediario procedan de la sección de deportes. Allí nos congratulamos con los éxitos de la Selección española de fútbol; los impresionantes números en la NBA de Pau Gasol o la imparable carrera de Rafa Nadal. Pero, ¿algún ingenuo puede pensar que nos afectan anímicamente este reguero de malas noticias? Para nada, estamos instalados en nuestra autocomplacencia y encantados de habernos conocidos.
Nos han programado para el individualismo más feroz y por ahí andamos. Al convertirnos en sectarios y dogmáticos los políticos se han ganado su jugoso sustento a perpetuidad.
Con los acontecimientos actuales, suelo utilizar una vara de medir, que me retrotraiga a mis años infantiles y juveniles. ¿Qué opinarían mis padres o abuelos sobre tal o cual tema actual? Ellos, de manera rotunda, me dejan claro que efectivamente vivo en un tiempo que ya no me pertenece. ¿Alguien puede pensar que en un antiguo corral de vecinos se podía llevar un hombre dos meses muertos sin que nadie lo notara? ¿Algún canalla podría violar a un menor en un barrio de trabajadores sin que lo colgaran de una farola? Como cantó Bob Dylan: “La respuesta está en el viento”.
Hoy todo esto sujeto al filtro de lo Light y bajo la bandera del laicismo, la progresía de cartón piedra y lo políticamente correcto. Ya no somos gente de izquierda (que nadie sabe en la actualidad en que consiste) somos sencillamente: “progres”. Lo malo no es que todos los productos lleven códigos de barra, sino que nosotros –como un producto más- también lo llevamos. Nada ni nadie está –estamos- a salvo de esta corriente demoledora que solo persigue la victoria de lo insustancial, sobre lo verdaderamente importante e imperecedero. Quien más tiene es quien más vale y así nos luce el pelo (al que le quede todavía).
Leo no sin una cierta dosis de frustración, un artículo que a modo de presentación escribió el pasado domingo en el “Diario de Sevilla”, el candidato socialista a la Alcaldía sevillana, don Juan Espadas. Sinceramente, más de lo mismo. Nos habla de su abuelo Manolo represaliado durante el franquismo, de lo bien que lo ha hecho su antecesor (¿) y de que lo importante es conjugar tradición y modernidad en nuestra querida Ciudad. ¿Qué contradicción existe entre la salida del Corpus y la labor de la más que excelente Unidad de Quemados del Virgen del Rocío? Nada nuevo bajo el sol (que por cierto ya está calentando de lo lindo). Lamento lo de su antepasado señor Espadas, yo podría contarle la historia de mi abuelo Félix, pero seguro que volvería del más allá para reprenderme. Las pasó canutas este Maestro de escuela de Carmona, pero me enseñó a mirar hacia delante con los ojos limpios de lagrimas negras, y con el corazón abierto a la esperanza. Tampoco es cuestión de aburrir al personal con mis batallitas. Lo dicho, no tengo motivos –todavía- para dudar de sus buenas intenciones y le deseo fervientemente que, caso de salir elegido Alcalde de esta sufrida Ciudad, tenga toda la suerte del mundo en su gestión. Le ruego me perdone si no le voto –ni a usted ni a nadie- pero aquellos que estamos atrapados en el tiempo, ya dudamos hasta de nuestra propia sombra. Son ya muchos los palos recibidos para que este pobre borriquillo se crea que al final del camino le darán su zanahoria. Pero como la esperanza es lo último –o lo primero- que se pierde, hágame un pequeño favor: demuestre con los hechos que estoy equivocado, y esto será algo por lo que le estaré eternamente agradecido. Además, de vosotros los políticos, depende que no sigáis “gozando” en las encuestas del mayor de los descréditos.
Nos desayunamos, almorzamos, cenamos y nos acostamos con una batería de malas noticias que nacen de la insolidaridad, la barbarie, la desdicha, la corrupción o los abusos del poder. Te dicen que un canalla ha matado a su mujer y a sus dos hijos, para luego intentar (¿) suicidarse. Que un vecino de 60 años de edad que vivía solo, llevaba ¡dos meses! muerto en su piso. No es que notaran su ausencia, lo que ocurrió es que el tremendo olor que procedía del interior de su vivienda era insoportable. Que han muerto cinco trabajadores en Benacazón como consecuencia de una explosión producida en el taller pirotécnico donde trabajaban (siempre me provocó una tremenda impresión los accidentes laborales mortales). Que un “cuidador” reconoce haber violado sistemáticamente a un menor disminuido psíquico. Confiesa su horrendo crimen, para evitar una condena mayor a los cinco años que han pactados sus abogados. Las noticias provenientes allende nuestras fronteras mejor ni comentarlas. Que un político de… (pongan el Partido a su criterio que en todas partes cuecen y se roban habas), ha vaciado las arcas municipales y proclama–eso si-su inocencia a bombo y platillo. Posiblemente las únicas buenas nuevas de un telediario procedan de la sección de deportes. Allí nos congratulamos con los éxitos de la Selección española de fútbol; los impresionantes números en la NBA de Pau Gasol o la imparable carrera de Rafa Nadal. Pero, ¿algún ingenuo puede pensar que nos afectan anímicamente este reguero de malas noticias? Para nada, estamos instalados en nuestra autocomplacencia y encantados de habernos conocidos.
Nos han programado para el individualismo más feroz y por ahí andamos. Al convertirnos en sectarios y dogmáticos los políticos se han ganado su jugoso sustento a perpetuidad.
Con los acontecimientos actuales, suelo utilizar una vara de medir, que me retrotraiga a mis años infantiles y juveniles. ¿Qué opinarían mis padres o abuelos sobre tal o cual tema actual? Ellos, de manera rotunda, me dejan claro que efectivamente vivo en un tiempo que ya no me pertenece. ¿Alguien puede pensar que en un antiguo corral de vecinos se podía llevar un hombre dos meses muertos sin que nadie lo notara? ¿Algún canalla podría violar a un menor en un barrio de trabajadores sin que lo colgaran de una farola? Como cantó Bob Dylan: “La respuesta está en el viento”.
Hoy todo esto sujeto al filtro de lo Light y bajo la bandera del laicismo, la progresía de cartón piedra y lo políticamente correcto. Ya no somos gente de izquierda (que nadie sabe en la actualidad en que consiste) somos sencillamente: “progres”. Lo malo no es que todos los productos lleven códigos de barra, sino que nosotros –como un producto más- también lo llevamos. Nada ni nadie está –estamos- a salvo de esta corriente demoledora que solo persigue la victoria de lo insustancial, sobre lo verdaderamente importante e imperecedero. Quien más tiene es quien más vale y así nos luce el pelo (al que le quede todavía).
Leo no sin una cierta dosis de frustración, un artículo que a modo de presentación escribió el pasado domingo en el “Diario de Sevilla”, el candidato socialista a la Alcaldía sevillana, don Juan Espadas. Sinceramente, más de lo mismo. Nos habla de su abuelo Manolo represaliado durante el franquismo, de lo bien que lo ha hecho su antecesor (¿) y de que lo importante es conjugar tradición y modernidad en nuestra querida Ciudad. ¿Qué contradicción existe entre la salida del Corpus y la labor de la más que excelente Unidad de Quemados del Virgen del Rocío? Nada nuevo bajo el sol (que por cierto ya está calentando de lo lindo). Lamento lo de su antepasado señor Espadas, yo podría contarle la historia de mi abuelo Félix, pero seguro que volvería del más allá para reprenderme. Las pasó canutas este Maestro de escuela de Carmona, pero me enseñó a mirar hacia delante con los ojos limpios de lagrimas negras, y con el corazón abierto a la esperanza. Tampoco es cuestión de aburrir al personal con mis batallitas. Lo dicho, no tengo motivos –todavía- para dudar de sus buenas intenciones y le deseo fervientemente que, caso de salir elegido Alcalde de esta sufrida Ciudad, tenga toda la suerte del mundo en su gestión. Le ruego me perdone si no le voto –ni a usted ni a nadie- pero aquellos que estamos atrapados en el tiempo, ya dudamos hasta de nuestra propia sombra. Son ya muchos los palos recibidos para que este pobre borriquillo se crea que al final del camino le darán su zanahoria. Pero como la esperanza es lo último –o lo primero- que se pierde, hágame un pequeño favor: demuestre con los hechos que estoy equivocado, y esto será algo por lo que le estaré eternamente agradecido. Además, de vosotros los políticos, depende que no sigáis “gozando” en las encuestas del mayor de los descréditos.
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