A la memoria del mítico León Lasa que eternamente será “uno de los nuestros”
Desde hace ya unos largos e interminables años el Real Betis ya no es el Equipo de las trece barras. Ha pasado ha ser el de los “trece barrotes”. Barrotes labrados a sangre y fuego en libretas de diteros inmisericordes de corrales de vecinos. Ya es mucha penitencia la que estamos pagando los béticos por creernos-ingenuamente- que hay quien daba duros a tres pesetas. Al final, como pasó siempre, nos reclamó las dos pesetas que faltaban con un fuerte incremento por los intereses devengados. Nada nuevo bajo el sol: picaros e ingenuos cogidos de la mano por los senderos de la vida. El pasado sábado día 19 de junio pasará a formar parte destacada del negro calendario de los sentimientos verdolagas. Un nuevo día aciago para incluir con una nueva mueca en la escopeta loperiana. Solo dio la talla –una vez más- con matricula de honor la increíble Afición verdiblanca. Tengo amigos sevillistas de mucho caché, que no tienen reparos en reconocer, que la dosis de sacrificio y fidelidad que demuestran los béticos es única e increíble. Tenía serias dudas si me apetecía en caliente escribir un Toma de Horas con sabor a nostalgia por los paraísos perdidos: cabezazos de Ansola; regates de Luís del Sol; galopadas de Rafael Gordillo; “tostás” de Rogelio; goles trianeros de Quino; golpes francos de Calderón; pases de Cardeñosa; cruces de Eusebio Ríos; saltos de Antonio Biosca; paradas de Esnaola……pero, al final, una imagen en el estadio de Heliópolis del pasado sábado terminó por despejar mis dudas. Era la de un niño llorando desconsolado abrazado a su padre, mientras que la madre emocionada tampoco podía contener las lágrimas. Sentimiento verdiblanco en estado puro. Absolutamente ajeno a acciones, simulacros de ventas y mercadería usurera del: “hoy tengo más que ayer pero menos que mañana”.
El llanto desconsolado de ese niño me conmovió hasta los cimientos de mi –ya torturada- alma verdiblanca. Cuando enfilaba la Palmera de la mano de mi tío Antonio, yo también fui un chiquillo que lloraba para sus adentros las derrotas verdolagas. Recuerdo como si fuera ayer cuando el Betis subió a Primera de la mano de Antonio Barrios. Aquel día me abracé a mi tío llorando de alegría. Entonces me dijo algo que el tiempo ha convertido en profecía: “aprovecha estos pocos momentos buenos, que nosotros casi siempre lloramos por los malos”. Lo clavó este cabal jerezano tan querido como añorado.
No desesperemos, pues siempre después de la tempestad viene la calma. No hay Lopera que dure cien años ni bético que lo resista. Como canta el Dúo Dinámico: “Resistiré-mos”. Será duro y todavía nos quedarán algunos flecos que mover del mantoncillo de la zozobra. No pasa nada. Cuando nuestros nietos sean grandes, y caso de que todavía andemos por estos lares, les comentaremos que hubo una vez en esta tierra nuestra una época –que conseguimos superar- donde en la Moncloa mandaba don José Luís; en la Plaza Nueva don Alfredo y, en la calle Jabugo, don Manuel. Solo espero y deseo de todo corazón no volver a ver a niños y a gente joven –de cualquier equipo de la Ciudad- llorando de pena e impotencia en campos de fútbol, victimas de la codicia y el mercantilismo de unos aprovechados secuestradores de los sentimientos más nobles. Paciencia, que ya queda menos para que el Betis cambie los trece barrotes por las trece barras.
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