viernes, 25 de junio de 2010

Caballero del Cante y de la Vida



Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que, por doler, me duele
hasta el aliento. - Miguel Hernández -


Existen amaneceres que quedan marcados no por la primera luz que entra por tu ventana, sino más bien por aquella que te penetra por los recovecos del alma. La de hoy me llega teñida de la pena negra de la Siguiriya y el amargo y quejumbroso eco del Taranto. Me anuncia Ángel Vela desde su atalaya trianera que se nos ha muerto don Luís Caballero Polo. Ya había sobrepasado este sabio andaluz la difícil cima de los noventa años, siendo paciente victima de la desmemoria y del cruel deterioro físico que se hereda en los epílogos de la vida. Vivía rodeado del cariño de los suyos y esperando alguna visita que le devolviera a su pasado esplendor. Si asumimos con el paso de los años que vivir consiste en definitiva en amar y ser amado, no cabe duda de que este señorial Flamenco nacido en Aznalcollar, tan preclaro como bondadoso, tiene asegurada la eternidad (aquí en la Tierra como en el Cielo). Su porte aristocrático, su compromiso ético con el Cante y la Cultura, su insobornable lucha a favor de las libertades y su solidario y bondadoso sentido de la amistad lo hacen único e irrepetible. Solo puede haber un García Lorca; solo habrá un Ignacio Sánchez Mejías y solo existirá un Luís Caballero Polo. Aquellos que tuvimos la inmensa suerte de conocerlo y tratarlo nunca podremos olvidarlo. Es un claro referente de luna y sol, que se te instala en las paredes del alma y allí permanece arropado el resto de tus días. Su legado ético y estético traspasa las fronteras del Flamenco o de la cultura andaluza. Este ya eterno personaje andaluz, con su porte de patricio romano, forma parte indisoluble de nuestros sentimientos más profundos. Leer sus escritos, escuchar su cante y, sobre todo, recordarlo en su extremada bondad, será la mejor manera de inmortalizarlo. Gracias Maestro de todo corazón por haber tenido la inmensa fortuna de sentir cercana tu sabiduría. No se si existe la Gloria –en la que tu posiblemente no creías- pero creo que merecería la pena inventarla, para que tú la puedas disfrutar en compañía de aquellos que al ausentarse te causaron jirones en el alma. Descansa en paz don Luís y gracias, una vez más, por el placer de haberte conocido.

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