lunes, 21 de junio de 2010

Farmacia de guardia




Con todo mi afecto a Martín Carlos y a Cristóbal que ennoblecen a diario este milenario oficio.

(A la botica, niña,
no vayas sola;
que el boticario, niña,
gasta pistola). –Alegrías de Cádiz-


Los tiempos cambian que es una barbaridad, como diría un castizo. Bien cierto es. Vivimos a una velocidad de vértigo, y lo que inventamos el lunes ya está anticuado el miércoles. Modas y costumbres de hace tan solo unos pocos años se nos presentan hoy día prendidas en un halo de añeja antigüedad. Cuando los cambios determinan el que vivamos mejor, dentro de unos parámetros de mayor comodidad y seguridad, facilitándonos eso que hoy llamamos eufemísticamente “calidad de vida”, pues bienvenidas sean estas genuinas transformaciones. Posiblemente, la generación que nacimos en los duros y terribles años 40, seamos los que más hemos apreciados –y valorados- estos profundos cambios sociales. Sin duda ha sido en la Medicina donde más hemos experimentados sustanciales y beneficiosos avances tecnológicos. Pero hoy quisiera detener este Toma de Horas en la puerta de la recordada y añorada “Farmacia de Guardia” de Antonio Mercero (eso si que era una tele de sano entretenimiento y no la bazofia que nos largan en la actualidad) y, pasar a su interior, por si nos pueden recetar algún medicamento de urgencia para que sane y recupere el pulso nuestra enferma Ciudad.

Las farmacias han experimentado un cambio de mil pares de narices. Hoy son sanatorios que se encargan de cuidar nuestros maltrechos cuerpos por dentro y por fuera. Cientos de productos que consiguen neutralizar nuestros molestos gases, pertinaces toses (productivas o secas) y aliviar dolores de distinta índole y condición. Diversos potingues que consiguen milagrosamente retrasar nuestro inevitable envejecimiento. Guerra a las arrugas y a las carnes flácidas, las mismas que pugnan por rebelarse entre estrechos cinturones y que se comprimen dentro del territorio de sufridos sujetadores. Si no consigues llegar a ser un metrosexual al menos procura llegar a los treinta centímetros (no seáis mal pensados que no va la cosa por los “países bajos”).

Que lejanas en el tiempo nos quedan las recordadas y emblemáticas boticas de nuestra infancia. Con sus mostradores de madera y sus tarros de cerámica trianera perfectamente alineadas en la parte más alta. Con sus serios dependientes de batas blancas y sus infalibles formulas magistrales. En un lateral pesos que funcionaban con una moneda, y que te indicaban tus kilos mediante una flecha en su cúspide circular. Detrás de los mostradores pequeños pesos curvados, para pesar a los recién llegados a la Tierra de María Santísima. Te tomaban la tensión en el interior con un artilugio que funcionaba apretando una perilla de goma, parecida a aquellas que llenas de polvos de talco te esparcían los barberos en el cogote, después del siempre ingrato y sufrido pelado (hoy llamado sutilmente “corte de pelo”). ¡Que tiempos aquellos!
Hoy las farmacias han cambiado de una manera rotunda y vertiginosa. Ya no solo ha desaparecido la figura de la “Farmacia de Guardia”, sino que la libertad de horario ha propiciado que todas estén abiertas un montón de horas (la Farmacia más importante de mi barriada de Pino Montano, la del impagable y excelso farmacéutico Cristóbal, abre los 365 días del año y 24 horas cada día. Presumo que el siguiente paso será que soliciten del Gobierno años de 370 días).

Afortunadamente han descendidos drásticamente los atracos a las farmacias. Hace muy pocos años eran atracadas de manera permanente (una enfrente de mi casa fue desvalijada tres veces en una misma semana). La causa creo que obedece a que, entre dependientes y clientes, ninguna farmacia se queda sola y a merced de los cacos a ninguna hora del día. Comentar a las 12 de la mañana: “voy a la farmacia por paracetamol”, equivale a decir que no te esperen para almorzar. Curiosamente y gracias a las series de la tele dedicadas a médicos y hospitales (House, Anatomía de Grey, Urgencias, Trauma…..) ya los conceptos de nuestros achaques más diversos han variado sustancialmente. Donde ayer decíamos que teníamos ardentías o de manera más cursi acidez, hoy lo que notamos es que “tenemos algo elevados los jugos gástricos”. Al dolor de cabeza hoy lo interpretamos como “una inflamación del lóbulo occipital derecho”. Ya nuestro niño no se ha levantado con destemplanza, sino que “le notamos discontinuos los picos febriles”. Vamos a los médicos y más que los síntomas les comentamos las posibles soluciones a lo que creemos tener. Guardamos los análisis y establecemos comparaciones con los anteriores. Colesterol, glucosa y triglicéridos son detectados en las farmacias mediante un pequeño pinchazo en la yema del dedo. Bien está el cuidarse para afrontar nuestra última etapa existencial sin tener que depender de los demás. Mejor donar- como hemos hecho muchos hermanos de Pasión- nuestros órganos, que dejarlos a merced de los estragos del tiempo. Pero, algo de nuestro cuerpo habrá que gastar como signo inequívoco de haber vivido. Ser un muerto muy sano no es sinceramente muy edificante. Como decía el párroco de Cartaya en relación a las misas de difuntos: “yo no quiero que se muera nadie, pero que tampoco me falte mi chorreito”.

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