Pocas dudas existen que Sevilla es una ciudad que está sucia, tremendamente sucia. Suciedad que nace del comportamiento incívico de muchos de sus ciudadanos. Basta para comprobarlo con pasear sus calles céntricas, sus barriadas de la periferia y –lo más lamentable- sus parques y jardines. El “trato” que se le da a monumentos y a las fachadas de casas y edificios –independientes de su valor artístico o testimonial- lo enmarcaría no solo en el campo de los “pringosos”, sino también en el de vándalos y “culturetas” de algo hibrido y que a principios de los setenta llamaban “cultura underground” (reconozco mis carencias sobre las peculiaridades de este “movimiento contra-cultural” (¿). Parece ser que se difuminó con la misma fugacidad que lo hacen las nubes de verano. ¿Ha dejado este “movimiento cultural” algo similar al barroco o al cubismo? Me da que la respuesta va a ser que no). Pero sigamos con la suciedad imperante en la Ciudad de la Gracia (y de la pringue). Hace muy pocos años se instalaron en la barriada donde actualmente resido (Pino Montano), unos artilugios parecidos a los periscopios de los submarinos que de manera grandilocuente llamaban: “recogida hidráulica de residuos urbanos”. Los había –y los hay- de tres colores: amarillos para los recipientes de plástico; azules para papel más cartón y grises para el resto de los residuos. Se hizo una campaña informativa previa y se repartieron por los buzones unos folletos que le explicaban al personal como actuar ante este novedoso sistema. Aconsejaban disponer en las casas de tres tipos de bolsas de basura acorde con los colores de los “artefactos” instalados. Todo perfecto, modernista y en consonancia con la idea de potenciar el reciclaje en el oloroso tema de los residuos urbanos. Pero, entonces apareció el sempiterno espíritu “anarquista” de los sevillanos y la “ciudadana” consideración de que: “yo haré con mi basura lo que me salga de los…….”. Lo ocurrido desde entonces en mi barriada es de sobras conocido. En torno a estos “monstruitos” receptores de residuos, hay acumulado toda suerte de basuras, escombros, ropa usada, muebles en desuso y, alguno no tira a la suegra porque le ayuda a pagar la hipoteca. No hay el más mínimo reparo en tirar de todo en la vía ¿pública?, pues ya se encargará LIPASAM (magnifico por cierto el trabajo que desarrollan) de retirarlo. Estos esforzados trabajadores municipales tienen hasta tres tipos de furgonetas de distinto tamaño. Las emplean en función del volumen de lo vertido en plena calle.
Insisto: LIPASAM lleva a cabo un trabajo bastante eficiente con la loable finalidad de mantener limpia la Ciudad en su conjunto. No hay manera. Tenemos los pisos en perfecto estado de revista y luego en la calle tiramos papeles, colillas, escupimos y demás lindezas “lanzatorias” (omito el estado de algunos bares y tabernas por considerarlo responsabilidad de sus dependientes o propietarios. He llegado a pedir un platillo en uno para echar los huesos de aceituna y me han dicho: “no se preocupe, tirelo usted al suelo que yo luego lo barro todo”). Obligados a ser “churretosos” por decreto o por inducción. En la última estadística referente a las situaciones higiénicas de grandes ciudades españolas, Sevilla quedaba muy mal parada. ¿Podemos extrañarnos de figurar en “zona de descenso”? Nunca entendí –por un simple ejercicio de aplicación de principios- como se puede ser excesivamente pulcro en el hogar, dulce hogar y, una vez cruzado el umbral del bloque, ya pasas olímpicamente de mantener el mismo posicionamiento cívico- hogareño.
Pues nada, a regalarle a la Ciudad nuestra dosis diaria de “churreteo” que para eso pagamos los impuestos. Que barra el alcalde y los concejales que están todo el día “arrascándose los huevos”.
Pero, eso si, presumimos de ser sevillanos de “caché” y queremos a nuestra Ciudad por encima de todas las cosas. Permítanme un ejercicio de fantasía visual: imaginen que al volver a sus hogares encuentran el pasillo del piso igual que usted –y otros- han dejado la calle. ¿Seguro que no buscaría ofuscado al responsable de aquella cochambre”. Nada, mejor acordarnos del “Risitas” y reírnos a tope, que la vida son dos días (¿o eran tres?). Más nos vale no tomarnos nada en serio. “Churretosos” pero felices y locos de contento que cojones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario