lunes, 25 de octubre de 2010

Misa de doce



Hablar de la misa de doce es, a que dudarlo, una clara referencia a la celebración de la Eucaristía más concurrida de cada domingo del año. Quiero recordar que las santas y sufridas mujeres de mi infancia y juventud, a pesar de su fuerte compromiso cristiano, no eran muy adictas a los rituales y los sermones domingueros. A misa iba la “gente de dinero”. A mi abuela Teresa, mi madre y mi tía Carmela no las recuerdo camino de la cercana Iglesia de San Nicolás de Bari en mañanas de domingos. El eco cercano de los trinos de los pájaros en la Alfalfa se confundía con el soniquete de las campanas llamando a misa de doce.


Al que está en San Nicolás
fui a pedirle esta mañana
que me salvara a mi pare;
pero me dijo que no,
que me dejaba a mi mare.

Tampoco mi gente se perdía en rezos piadosos “corraleros” alrededor de santos rosarios, tratando de ahuyentar las penalidades de la época (entre un ora pronobis que otro, alguna mujer pedía a la anfitriona un “cacho” de pan duro “pa mójalo en el café”; “que a ella no le gustaba bebío”). Las mujeres que representaban las ramas más hermosas de mi árbol genealógico eran –y una de ellas afortunadamente lo es todavía- mujeres piadosas y solidarias a más no poder, haciendo del cristianismo más que un acto de contrición un ejercicio diario de amor al prójimo. Las tres cruzaban frecuentemente el umbral de San Nicolás, pero eso si, con la única finalidad de visitar a la Candelaria. Los viernes emprendían el camino de San Lorenzo (la Senda de los Suspiros de las mujeres de la Ciudad) para visitar al Señor de Sevilla. Curiosamente cuando mi padre acompañaba a mi madre al ritual que enhebra la fe al sevillano modo, la esperaba fuera, en la Plaza de San Lorenzo. Igual hacia mi tío Antonio con mi tía Carmela. Se quedaban en la calle dándole pausadas caladas a un cigarrillo, mientras ellas cumplían con su semanal encuentro ante Aquel que todo lo entiende y todo lo puede. Aquellas necesarias visitas eran “cosa de mujeres” y ellos actuaban de meros y respetuosos acompañantes. Los “santuarios” de los hombres de aquella época eran las tabernas. Como me he permitido contar en algún que otro “Toma de Horas”, a mi abuela Teresa –que se quedó viuda con siete hijos y, que al morir, solo le vivían tres-- la acompañaba un servidor del Gran Poder y de vosotros mis queridos y leales amigos. Actualmente, en mis visitas al Señor, puedo comprobar que en muchas ocasiones el número de hombres asistentes a la Basílica superan al de las mujeres. Ayer fumadores pacientes de plazoleta y, hoy, oradores solitarios en busca de esperanza y de consuelo.


Hace ya algunos años que asisto regularmente a la misa de doce en la Iglesia de San Isidro Labrador de mi barriada de Pino Montano. Antes y cuando aún no se habían cargado el mercadillo de pájaros de la Alfalfa, lo hacía en el Salvador o en la cercana Capillita de San José. Con el cambio de unos pájaros por otros (estos últimos con corbatas y cargos de responsabilidad en la Ciudad) ya he dejado de frecuentar el casco antiguo las mañanas domingueras. Triste es el constatar como se nos va hurtando aquellas cosas y costumbres heredadas de nuestros mayores.
Debo dejar patente que la mayor parte de mi vida no he asistido a misa, incluso en mis años de mocerío no pasaba ni por las puertas de las iglesias. Solo he mantenido a capa y espada a lo largo de los años dos visitas semanales: lunes candelario y viernes de San Lorenzo. Reconozco que lo hacía más por tradición que por devoción.

Ya, definitivamente, o al menos así lo creo, seré mientras las fuerzas me acompañen asiduo participante de la misa de doce. La Iglesia pino-montanera de San Isidro Labrador, es una amplia y cuidada iglesia, que cada domingo se llena de gente del barrio de todas las edades. Coincidimos los ocupantes en los mismos bancos y nos mueve la satisfacción de sentirnos parte activa de un ritual cristiano y solidario. Todo bajo la sabia batuta de don Indalecio Humanes, su párroco y capellán del Sevilla “fuboclú”, que diría del Nido.

Como estoy convencido de que en Sevilla tomó forma y cuerpo el espíritu de la paradoja y para no desentonar, a un bético converso y confeso como yo, le da la comunión semanal el director espiritual del Equipo de Nervión. Buen tipo este Indalecio, que diría un argentino. Sus sermones son para enmarcar y de los que te dejan huella. Como, afortunadamente, hace tiempo que me escapé del dogmatismo de la izquierda más cutre, diré que acudo a misa de doce por tres motivos fundamentales: A) Por sentirme encuadrado dentro de una Comunidad cristiana –la de mi barrio- plenamente activa y solidaria con los más desfavorecidos. Han conseguido, junto con la Hermandad de Nazaret, que esta Barriada esté considerada –a nivel humanitario- entre las mejores de Sevilla. B) Por conseguir durante una hora semanal que mi espíritu se encuentre a si mismo y se serene. Lejos de los sobresaltos que de continuo le proporciona Zapatero, el jerarca municipal “innombrable”, “donmanué” (afortunadamente ya en franca retirada) y poder sobrevivir durante sesenta minutos sin recibir noticias de Belén Esteban. C) Simplemente –esto dedicado a los “progres” que nos llaman meapilas- porque me sale de los………..

P.D. Mis disculpas por el exabrupto final.

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