Bendito fue el día de mi feliz encuentro con esta mágica ventana a la que llaman Internet (yo le hubiera llamado Libertenet. Pero como ocurre con esta, su buen o mal uso, depende de quien interprete las notas en ese piano al que llaman “el teclado del ordenador”). Para mí ha representado unas posibilidades de conocimiento, comunicación y elaboración de mundos interiores verdaderamente impresionante. Dejar constancia no obstante que no le dedicó más de dos o tres horas diarias a estos menesteres ínternáuticos. Para mí, afortunadamente, todavía la lectura, el cine y la música -prioritariamente flamenco- siguen ocupando la mayor parcela de mis inquietudes culturales y sentimentales. Espero que esto no cambie en mi hoja de ruta cultural y sentimental de los próximos años.
Todavía mantengo a capa y espada el “triángulo de las Bermudas mañanero”. A saber: café, pan y periódico. Eso es un ritual que tan solo dos días del año -contra mi voluntad- se ven alterados sustancialmente (por la no edición de la prensa escrita) y que consiguen que me sienta realmente incomodo y depresivo.
Vivo sin vivir en mí
huérfano de papiro y pergamino.
Titulares ausentes que hoy sin ti
no hallarán hemeroteca en su destino.
A través de Internet se nos abre la posibilidad de repasar diariamente las distintas ediciones digitales de la prensa española (si posees conocimientos de inglés puedes ampliarla a la prensa anglosajona). Puedes pasar de “El País” al “ABC”. De “La Vanguardia” a “El Mundo”, o del “Diario de Sevilla” al “Norte de Castilla”. Algo impensable hace muy pocos años donde tenías que conformarte con el periódico adquirido o prestado momentáneamente en el bar de turno. Adquirías –era lo lógico- uno acorde con tu ideología y tu manera de ver la vida y las cosas. En el nuestro estaba la “verdad” y en los otros tomaba asiento la “mentira”. La posibilidad de contrastar varios es, además de enriquecedora, bastante significativa en dos cuestiones informativas básicas: no existe “la verdad” sino “nuestra verdad” y dos, todo queda filtrado por la línea editorial que está marcada claramente por posicionamientos ideológicos y/o empresariales. Desde estas coordenadas se les marca a los articulistas –muchas veces de manera subrepticia- la senda periodística a seguir. Posiblemente sea lo que en democracia se conoce como: “sano ejercicio de contraste de opiniones”. Al final, todo dependerá de nuestra capacidad de discernir sobre los contenidos que se nos ofrecen. Nuestra “fidelidad” debe –o debería- estar supeditada al noble –y olvidado- ejercicio de la reflexión personal.
Tres aspectos me interesan fundamentalmente de los periódicos. A saber: los editoriales, las páginas dedicadas a la Cultura y los artículos de opinión. Dentro del mundillo de los articulistas se esconden escritores de un talento inconmensurable y, que muchas veces, se ven reconducidos (evidentemente todos comentarán que gozan de absoluta libertad de opinión en el medio en el que escriben) por las líneas editoriales del periódico que les da de comer.
Esto no es criticable, pues debemos asumir que en un mundo globalizado y condicionado por la ley de la oferta y la demanda, ser libre y verazmente objetivo es una quimera (esto solo puede darse dentro de Internet en blogs independientes que nunca representen una fuente de ingresos). Seamos directos y acabamos antes: ser articulista de ABC y escribir tres artículos seguidos elogiando la acción de Gobierno del PSOE o, hacerlo con la oposición del PP desde las páginas de “El País”, es cortar -tú mismo- con una sierra las patas del banco donde cómodamente estás sentado.
Pero tampoco es cuestión de “arañarnos el careto”. En EEUU, donde según dicen está la meca de las libertades, los grandes periódicos de la Nación piden sin reservas el voto para demócratas o republicanos según convenga a sus intereses.
Por tanto, nunca olvidemos que es vital y consustancial con la Democracia la libertad de expresión reflejada en sus distintos medios de comunicación. Las dictaduras –de cualquier signo- la primera tarea que acometen al tomar el poder es cerrar el –para ellos- peligroso grifo de la libertad que emana de la prensa escrita. Imponen –a sangre y fuego- un solo periódico, un solo canal de televisión y una sola emisora de radio. Ahogan la diversidad a golpes de fusil, pues saben perfectamente que solo con la uniformidad del “ordeno y mando” tienen posibilidades de subsistir. Hago mía una frase de Felipe González: “preferiría morir de un navajazo en el metro de Nueva York, antes que hacerlo de frió en un Gulag de la estepa siberiana”.
Todavía mantengo a capa y espada el “triángulo de las Bermudas mañanero”. A saber: café, pan y periódico. Eso es un ritual que tan solo dos días del año -contra mi voluntad- se ven alterados sustancialmente (por la no edición de la prensa escrita) y que consiguen que me sienta realmente incomodo y depresivo.
Vivo sin vivir en mí
huérfano de papiro y pergamino.
Titulares ausentes que hoy sin ti
no hallarán hemeroteca en su destino.
A través de Internet se nos abre la posibilidad de repasar diariamente las distintas ediciones digitales de la prensa española (si posees conocimientos de inglés puedes ampliarla a la prensa anglosajona). Puedes pasar de “El País” al “ABC”. De “La Vanguardia” a “El Mundo”, o del “Diario de Sevilla” al “Norte de Castilla”. Algo impensable hace muy pocos años donde tenías que conformarte con el periódico adquirido o prestado momentáneamente en el bar de turno. Adquirías –era lo lógico- uno acorde con tu ideología y tu manera de ver la vida y las cosas. En el nuestro estaba la “verdad” y en los otros tomaba asiento la “mentira”. La posibilidad de contrastar varios es, además de enriquecedora, bastante significativa en dos cuestiones informativas básicas: no existe “la verdad” sino “nuestra verdad” y dos, todo queda filtrado por la línea editorial que está marcada claramente por posicionamientos ideológicos y/o empresariales. Desde estas coordenadas se les marca a los articulistas –muchas veces de manera subrepticia- la senda periodística a seguir. Posiblemente sea lo que en democracia se conoce como: “sano ejercicio de contraste de opiniones”. Al final, todo dependerá de nuestra capacidad de discernir sobre los contenidos que se nos ofrecen. Nuestra “fidelidad” debe –o debería- estar supeditada al noble –y olvidado- ejercicio de la reflexión personal.
Tres aspectos me interesan fundamentalmente de los periódicos. A saber: los editoriales, las páginas dedicadas a la Cultura y los artículos de opinión. Dentro del mundillo de los articulistas se esconden escritores de un talento inconmensurable y, que muchas veces, se ven reconducidos (evidentemente todos comentarán que gozan de absoluta libertad de opinión en el medio en el que escriben) por las líneas editoriales del periódico que les da de comer.
Esto no es criticable, pues debemos asumir que en un mundo globalizado y condicionado por la ley de la oferta y la demanda, ser libre y verazmente objetivo es una quimera (esto solo puede darse dentro de Internet en blogs independientes que nunca representen una fuente de ingresos). Seamos directos y acabamos antes: ser articulista de ABC y escribir tres artículos seguidos elogiando la acción de Gobierno del PSOE o, hacerlo con la oposición del PP desde las páginas de “El País”, es cortar -tú mismo- con una sierra las patas del banco donde cómodamente estás sentado.
Pero tampoco es cuestión de “arañarnos el careto”. En EEUU, donde según dicen está la meca de las libertades, los grandes periódicos de la Nación piden sin reservas el voto para demócratas o republicanos según convenga a sus intereses.
Por tanto, nunca olvidemos que es vital y consustancial con la Democracia la libertad de expresión reflejada en sus distintos medios de comunicación. Las dictaduras –de cualquier signo- la primera tarea que acometen al tomar el poder es cerrar el –para ellos- peligroso grifo de la libertad que emana de la prensa escrita. Imponen –a sangre y fuego- un solo periódico, un solo canal de televisión y una sola emisora de radio. Ahogan la diversidad a golpes de fusil, pues saben perfectamente que solo con la uniformidad del “ordeno y mando” tienen posibilidades de subsistir. Hago mía una frase de Felipe González: “preferiría morir de un navajazo en el metro de Nueva York, antes que hacerlo de frió en un Gulag de la estepa siberiana”.
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