Últimamente y, a no dudar motivado por la Crisis, el número de llamadas caseras o mensajes vía sms han aumentado de manera considerable. Te llaman gente que ni tú conoces ni ellos te conocen a ti. Vaya por adelantado que comprendo y disculpo a aquellos que efectúan la llamada para ganarse –a no dudar- un raquítico salario. En no pocos casos son sudamericanos que posiblemente no sepan donde cae España en el mapa y no digamos Sevilla. Te suelen llamar a las horas más intempestivas. Lo mismo te llaman a las cuatro de la tarde cuando, a través de una “cabezadita”, intentas paliar los efectos cerveceros del mediodía, que a las diez y media de la noche con el consiguiente susto añadido (cuando tienes a tu madre con noventa y nueve años en una Residencia, cualquier llamada fuera de horas te pone el corazón en un puño). Tienen dos motivos fundamentales estas llamadas o mensajes. A saber: que cambies de Compañía en Internet o que tú móvil lo pases de tarjeta a contrato (no hace mucho tiempo también llamaban de los bancos para ofrecerte créditos a discreción. ¡Cosas veredes Sancho!). Citan tu nombre al completo y si la respuesta es afirmativa ya te tienen cogido por el cuello. Por una especifica cuestión de educación me cuesta un mundo mostrarme grosero con estas personas, pero la “agresividad comercial” que muestran -en no pocas ocasiones- no te dejan otra salida. Cuando desde el primer momento les dice que no estas interesado te recriminan tu falta de sentido común ante tan interesante oferta. En algunas ocasiones me han colgado de manera destemplada y, posiblemente, en otras hasta se hayan acordado de la que me trajo al mundo. ¿Qué hacer pues ante estos ataques a la intimidad del hogar, dulce hogar? ¿Les cuelgas antes de entrar en el juego? ¿Los escuchas pacientemente para que al final sean ellos los que te cuelguen a ti? No olvidemos que te llaman a tu número privado y citan tu nombre completo como si te conocieran de toda la vida. Posiblemente en toda la Historia de la Humanidad nunca hayamos estado las personas más controladas que en la actualidad. Vivimos inmersos en algo que llaman pomposamente la “Era Tecnológica” y eso tiene un alto precio que todos debemos pagar. Hoy, vía ordenadores, saben donde vives; tu historia laboral; tu expediente académico; tu estado civil actual y los pormenores de los anteriores; tus aficiones y veleidades; tu credo religioso y tus afinidades políticas; tu situación económica y social; tus preferencias futboleras o taurinas; tus gustos culinarios; el nombre de tu perro o gato (en la consulta del veterinario queda registrado) y, para ellos lo más importante: con quien operas en Internet y si todavía te empecinas en tener el móvil mediante recarga. Todo está bajo control y todo dicen que lo hacen en nombre de la libertad individual de cada persona (¿). Todos somos vigilados y controlados por el aguileño ojo del “Gran Hermano”. Los tiempos utópicos, tecnológicos y deshumanizados, que presagiaban los grandes escritores de Ciencia-Ficción se nos muestran hoy como una palpitante realidad. Todo, o casi todo, ha sido consumado y, lo verdaderamente lamentable es que han puesto a los hombres al servicio de las máquinas y no al revés (como estaba inicialmente programado). No existe hoy día una sola parcela de nuestra intimidad que no sea conocida por la implacable burocracia administrativa-política. Son los “Tiempos Modernos” denunciado magistralmente por Charles Chaplin, y que han terminado por arrancarnos el alma en aras de un progreso que solo beneficia a unos pocos.
Por eso, cuando a mediodía nos despierte el molestísimo ring, ring, ring…del teléfono no debemos pagarla con el colombiano que nos dice: “Hola señor, soy su agente de…. ¿Es usted don…..? Si soy yo, pero, ¿porque no llamas mejor a Botín o a Zapatero?”. Si lo que se trata es de dar la tabarra que se la den a los que hacen “Caja”.
1 comentario:
Como soy atacado muy a menudo para colocarme infinidad de contratos referentes a electricidad, telefono, interent,etc., aprendí un truco de un amigo mío que desconcierta a los vendedores, sean de la nacionalidad que sean. Además un tanto surrealista. Para acabar pronto, les pregunto si con su producto voy a pagar más o menos que con el que tengo, la respuesta, claro, es inmediata. Ayyy, no sabe usted como los siento, es que yo prefiero pagar más. ¿Más, señor? Pues si, señor, prefiero lo más caro. Algunos cuelgan inmediatamente, otros insisten y más insisto yo, hasta que al final... saludos, Juan Luis.
José Luis Tirado Fernández.
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