lunes, 14 de noviembre de 2011

Muleteando



No tengo muy claro si las palabras se crearon para darle sentido y significado a las cosas o si por el contrario fue al revés. Lo cierto es que gracias a ellas –o mejor por su mal uso- podemos los humanos desde el principio de los tiempos matarnos de todas las formas posibles. El honor en tiempos honorables se tenía o se perdía en función del uso dado a tu palabra. “Te doy mi palabra de honor” decían, y aquello salvo error u omisión (como se establecía en las facturas antiguas) era el mejor y mayor aval de las personas. Hoy ya no tenemos honor ni sabríamos encontrarlo (caso de estar interesados en saber donde lo perdimos algún día). Hoy todo gira en torno a los “muletazos”. Te los dan en el plano personal; profesional; familiar; laboral; corporativo o en cualquier ámbito donde desarrolles alguna de las facetas de tu existencia. Nadie parece percatarse que coloquialmente todo gira en torno al lenguaje taurino: “A….le han puesto un par de banderillas”; “Es que ya estaba harto de que me dieran tantos muletazos”; “Le han dado una larga cambiada para quitárselo de encima”; “Valiente estocada –vulgo sablazo- nos han metio en la cuenta”. Incluso, desde tiempo inmemorial, a los cónyuges despistados de por donde andaban “sus parientas” lo tachaban literalmente de “cornudos”. Una simple palabra puede variar el contexto y significado de una frase. Digamos por ejemplo que no es lo mismo coger que tomar la muleta. La muleta se coge o bien ante una imposibilidad física transitoria para ayudarnos a caminar o, cuando el reloj de los años nos dice “hasta aquí llegaste por tu cuenta” y ya la necesitas para poder seguir andando en busca de la tierra prometida. Accidentados, inválidos o mayores apoyando su lento y difícil caminar sostenidos en un soporte metálico al que llaman muleta (bastón es otra cosa y se puede llevar también –sin necesitarlo para caminar- como un complemento cargado de exquisitez). Tomar la muleta es otra cosa. Esta la toman los toreros al concluir la faena de capa de manos de sus mozos de espadas. Es el incierto preámbulo que los puede llevar del cero al infinito. Cuando el torero toma la muleta sabe que, a partir de ese momento, la gloria puede ser tan gratificante o esquiva como la vida misma. Por eso la toma y no la coge. Quienes la cogen lo hacen para avanzar y no permanecer estáticos ante un mundo del que quieren seguir formando parte. Quienes la toman proceden a enhebrar, a través del arte y la magia, la posibilidad de crear mundos etéreos a los que definía Machado, don Antonio, como: “…..mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón”. Las cosas adquieren su verdadero significado no cuando las nombramos sino cuando las sentimos intrínsicamente nuestras. Puedes decir cien veces seguidas Candelaria y te quedarás sin saber que significa realmente. Posa tus labios dulcemente en un dedo de su mano y sabrás entender en un gesto silencioso cuanto representa para ti. Existen las palabras para comunicarnos, engañarnos, amarnos, pelearnos o comprender, en definitiva, cuanto nos mienten los políticos. Existen los gestos para a través del roce y el arrullo poder escuchar el aleteo del vuelo de las mariposas y el acompasado tic-tac de los corazones. Palabra que no desemboca en gesto es palabrería hueca. La misma que hoy nos invade y nos ha convertido en meros portadores de mensajes vacíos y estériles. Hablamos mucho sin decir nada, pues nunca supimos callar a tiempo y, siempre fuimos especialistas en hablar a destiempo.

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