viernes, 27 de enero de 2012

El dulce peso de la Cruz



Coincidí con él en la pasada Novena del Señor de Pasión. Lo encontré especialmente animado y con ganas de remontar el vuelo antes los duros avatares recientemente padecidos. Debe rondar la frontera de los sesenta años y me comentó que desde su juventud siempre fue un fumador empedernido. Dos cajetillas diarias era su consumo habitual. Hace unos cuatro años le detectaron un cáncer de pulmón. Lo fueron tratando primero a base de fármacos para posteriormente extirparle uno de sus pulmones. Forma parte de mi “Tramo de Cruces” en Pasión y, afortunadamente, nuestro “trozo” de Cofradía está configurado, desde hace ya algunos años, por los mismos hermanos. Cuando la tarde de cada Jueves Santo no reunimos en el Patio de los Naranjos salvadoreño, en torno a un cartel que establece nuestro particular territorio, posiblemente seamos participes de uno de los momentos más mágicos del año. Allí estamos puntuales. Nerviosos pero felices, revestidos del negro ruán que determina gozoso el origen de nuestras señas de identidad nazarenas. Estos tres últimos años él no ha podido salir con nosotros por causa de su grave dolencia. Esto no fue óbice para que nos acompañara vestido de calle (hermoso concepto) en la tarde soñada para, desde la nostalgia, hacernos participes de su presencia. Por eso me alegré especialmente cuando en la Novena del Señor de Pasión me dijo que este año (D.m.) volverá a pisar la rampa vestido de ruán. Se le iluminaban los ojos cuando me lo decía, haciéndome entender –sin palabras- el duro calvario padecido. Aquí es donde de verdad se encuentra el alma de nuestras Hermandades. Bastante alejada del boato, el figuroneo, las zancadillas y los empalagosos ripios de desfasados pregoneros. Son momentos que te hacen crecer sentimentalmente en lo corporativo y que, a titulo individual, consiguen acercarte al Hijo de Dios. Cuando este Jueves Santo por la mañana cuelgue en el salón de su casa la túnica de ruán; deposite cariñosamente en una silla el antifaz con el escudo mercedario; el cíngulo de esparto; unas sandalias negras con un par de calcetines negros enrollados y una Papeleta de Sitio presidiéndolo todo, en el libro de oro de la Semana Mayor sevillana se habrá escrito una nueva pagina -intimista y preñada de verdad- de las cosas verdaderamente intemporales. Son pequeños gestos que a la postre derivan en grandes momentos absolutamente intransferibles. Volver a recuperar a los sesenta años de edad la ilusión de un nazarenito que se estrena como tal, es como sentir posarse cariñosamente la mano de Jesús sobre nuestra atribulada cabeza. Son los momentos -pequeños e inolvidables momentos- que han conseguido que las calles y plazuelas de esta Ciudad convoquen cada Primavera a los presentes y a los ausentes. Nos pondremos los antifaces, cuando así nos lo digan, y uno de mi Tramo derramará una lágrima furtiva vencido por la dicha pasionaria. Saldrá, saldremos, y volveremos a transitar amorosamente revestidos del negro ruán pasionario por la calle Cuna. Allí ya seremos acogidos por la placida noche de la Ciudad. Un Tramo, nuestro Tramo, caminando silencioso confundido entre el bullicio. Él, siempre delante y, nosotros, siempre detrás.

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