Se llama Manuel (los apellidos para nosotros no importan), acaba de cumplir los 92 años de edad, y es un viejo socialista residente en Pino Montano. Cuando estalló la Guerra in-Civil española estaba a punto de cumplir los 18 años de edad. Se enroló, acorde con las ideas de su gente más cercana, en el bando republicano y, deambuló por diversos frentes. Dice que pegó algún que otro tiro al aire (está convencido de que nunca mató a nadie ni siquiera por equivocación). Es un personaje singular y enormemente apreciado en esta Barriada de nuestros amores y desvelos. A pesar de su avanzada edad es más vitalista que el sol del mediodía. Sale a la calle muy temprano acompañado de su sombrero y un bastón que, dada la velocidad de sus andares, pocas veces apoya en el suelo. Va repartiendo caramelos por doquier y siempre deseoso de leerle a alguien sus densos e interminables poemas. Practica en su sentimental y particular literatura lo que en la URSS se conocía como el “Realismo Socialista”. Son poesías de combate miliciano impregnadas, a parte iguales, de romanticismo y una plasmación reivindicativa de su onírico mundo de lucha y privaciones. Probó el sabor del exilio; la tortura; la cárcel y todo tipo de humillaciones pero, no ha sido suficiente para que en su corazón anide el rencor. Ha llegado a la conclusión -¡bendita conclusión!- de que los de la “División azul” también estarían convencidos de la nobleza de su lucha e ideales. Peleó como nadie para que los represaliados del franquismo tuvieran un monolito en el Cementerio de San Fernando. Se encarga personalmente desde que lo levantaron de su mantenimiento y limpieza. Va todas las semanas a cuidar el monolito y de paso a rendir pleitesía a la memoria de los suyos. Recuerdo que coincidí con él el pasado 20-N camino del Colegio Electoral. Nos disponíamos a cumplir con nuestras obligaciones de demócratas (de distintas épocas pero de iguales significado). Sabe que mi voto tiene el color de la túnica de la Candelaria pero no intenta, ni por asomo, cambiar el sentido del mismo. Él dice que votará a los socialistas hasta que se muera (admitiendo, eso sí, que no entiende –ni comparte- el comportamiento de los mismos en la actualidad). Verlo votar es todo un espectáculo al que nos tiene acostumbrado a los que lo conocemos. Levanta el sobre con la mano derecha y el puño con la izquierda; cuando deposita el voto en la urna se quita la “mascota” y proclama un emocionado: ¡Viva la Democracia! Solo ha rentabilizado sus ideales con destierro; años de cárcel; penurias; sinsabores y toda clase de infortunios. Estos veteranos combatientes no representan a la verdad absoluta ni tampoco lo pretenden. Ellos simbolizan cuanto de autentica tiene la verdad: la suya. Idealistas del ayer, de izquierda y derecha, a los que la Historia les negará, a que dudarlo, su noble papel histórico. No fueron los que “encendieron la mecha” de la Guerra pero tuvieron que pagar cruelmente sus consecuencias y secuelas. Manuel pronto nos dejará y su estela bondadosa seguirá recorriendo las calles de Pino Montano. Fue fiel a sus ideas hasta el final, y en el dulzor de sus caramelos estaba la bondad personificada. Se me quejaba amargamente del trato que recibía por parte de su yerno y tenía la amarga pena de morirse sin conocer la III República (no debe preocuparse que los yernos del Rey terminarán por traerla). Lo cantaba Serrat….”Se llamaba –se llama- Manuel nació en España, su casa era de barro, de barro y caña”. En ellos la Memoria Histórica no es una Ley, sino más bien un canto a la decencia y la esperanza.
miércoles, 25 de enero de 2012
Le llamaban –le llaman- Manuel, nació en España
Se llama Manuel (los apellidos para nosotros no importan), acaba de cumplir los 92 años de edad, y es un viejo socialista residente en Pino Montano. Cuando estalló la Guerra in-Civil española estaba a punto de cumplir los 18 años de edad. Se enroló, acorde con las ideas de su gente más cercana, en el bando republicano y, deambuló por diversos frentes. Dice que pegó algún que otro tiro al aire (está convencido de que nunca mató a nadie ni siquiera por equivocación). Es un personaje singular y enormemente apreciado en esta Barriada de nuestros amores y desvelos. A pesar de su avanzada edad es más vitalista que el sol del mediodía. Sale a la calle muy temprano acompañado de su sombrero y un bastón que, dada la velocidad de sus andares, pocas veces apoya en el suelo. Va repartiendo caramelos por doquier y siempre deseoso de leerle a alguien sus densos e interminables poemas. Practica en su sentimental y particular literatura lo que en la URSS se conocía como el “Realismo Socialista”. Son poesías de combate miliciano impregnadas, a parte iguales, de romanticismo y una plasmación reivindicativa de su onírico mundo de lucha y privaciones. Probó el sabor del exilio; la tortura; la cárcel y todo tipo de humillaciones pero, no ha sido suficiente para que en su corazón anide el rencor. Ha llegado a la conclusión -¡bendita conclusión!- de que los de la “División azul” también estarían convencidos de la nobleza de su lucha e ideales. Peleó como nadie para que los represaliados del franquismo tuvieran un monolito en el Cementerio de San Fernando. Se encarga personalmente desde que lo levantaron de su mantenimiento y limpieza. Va todas las semanas a cuidar el monolito y de paso a rendir pleitesía a la memoria de los suyos. Recuerdo que coincidí con él el pasado 20-N camino del Colegio Electoral. Nos disponíamos a cumplir con nuestras obligaciones de demócratas (de distintas épocas pero de iguales significado). Sabe que mi voto tiene el color de la túnica de la Candelaria pero no intenta, ni por asomo, cambiar el sentido del mismo. Él dice que votará a los socialistas hasta que se muera (admitiendo, eso sí, que no entiende –ni comparte- el comportamiento de los mismos en la actualidad). Verlo votar es todo un espectáculo al que nos tiene acostumbrado a los que lo conocemos. Levanta el sobre con la mano derecha y el puño con la izquierda; cuando deposita el voto en la urna se quita la “mascota” y proclama un emocionado: ¡Viva la Democracia! Solo ha rentabilizado sus ideales con destierro; años de cárcel; penurias; sinsabores y toda clase de infortunios. Estos veteranos combatientes no representan a la verdad absoluta ni tampoco lo pretenden. Ellos simbolizan cuanto de autentica tiene la verdad: la suya. Idealistas del ayer, de izquierda y derecha, a los que la Historia les negará, a que dudarlo, su noble papel histórico. No fueron los que “encendieron la mecha” de la Guerra pero tuvieron que pagar cruelmente sus consecuencias y secuelas. Manuel pronto nos dejará y su estela bondadosa seguirá recorriendo las calles de Pino Montano. Fue fiel a sus ideas hasta el final, y en el dulzor de sus caramelos estaba la bondad personificada. Se me quejaba amargamente del trato que recibía por parte de su yerno y tenía la amarga pena de morirse sin conocer la III República (no debe preocuparse que los yernos del Rey terminarán por traerla). Lo cantaba Serrat….”Se llamaba –se llama- Manuel nació en España, su casa era de barro, de barro y caña”. En ellos la Memoria Histórica no es una Ley, sino más bien un canto a la decencia y la esperanza.
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