domingo, 8 de enero de 2012

El incienso embriagador



Hace algo más de dos meses, el Consejo General de Hermandades y Cofradías (¿se dice así?) nombró como Pregonero de la Semana Santa del 2012 a don Ignacio Pérez Franco. No tengo el gusto de conocer a este señor como me ocurre con muchas de las personas que pululan en torno a nuestra Semana Mayor. Leo en Internet que está muy vinculado a la Hermandad del Baratillo y que es abogado de profesión. Nada que objetar al nombramiento, Dios me libre, y tan solo desearle el mayor de los aciertos para cuando deposite las Tapas –del Pregón- en el atril del Maestranza. Sinceramente y a riesgo de parecer reiterativo, no me encuentro muy interesado por los aspectos cotidianos que rodean a nuestras Hermandades y, bien lo sabe Dios, no se trata de una falsa pose de intelectual estirado. Sinceramente, no me interesa si tal o cual Hermandad ha variado de capataz, o si al final no se ha llegado a un acuerdo con determinada Banda para que acompañe a una imagen concreta. Por extensión, considero irrelevante a quien se nombre como Pregonero de nuestra Semana Santa. Un buen Pregón alimentará en positivo –como uno malo en negativo- los preámbulos cuaresmales, pero nunca la sustancia eterna de lo que se nos avecina. ¿Qué de todo tiene que haber en la Viña del Señor? Incuestionablemente, pero cada uno debe –o debería- moverse en aquellos terrenos donde considere que sus pasos son más firmes. Saber de todo es el camino más corto para al final no saber de nada. Para mí la Semana Santa es Tradición, Sentimiento, Belleza Estética y, fundamentalmente, Fe. Sin ella todo lo demás quedaría enmarcado en una racionalidad y/o vulgaridad que casi siempre termina por apartarse –apartarnos- de Dios. De las Hermandades a las que pertenezco es en la de Pasión donde verdaderamente me siento más integrado, tratando de estar informado de sus avatares cotidianos. Asisto puntualmente a sus cultos internos y visito con regularidad a Quien me nutre de sosiego desde la Capilla Sacramental. Un día me preguntó un amigo intimo si me consideraba un buen cofrade, y le contesté que incluso no sabría concretar si simplemente lo era. El Pregón de nuestra Semana Mayor creo sinceramente que se ha magnificado en su proyección Política/Social y se ha desnaturalizado en su principal cometido: la Exaltación de la Semana Grande de la Ciudad. Si cuantificamos el número de personas que acuden esa mañana al Maestranza y le añadimos los que siguen el Pregón por la Radio, o a través de alguna televisión local, ¿de que porcentaje de sevillanos hablamos? Si al día siguiente se hiciera una encuesta por el Centro de la Ciudad (por las Barriadas de la periferia ya ni les cuento) y se les preguntara a la gente que le ha parecido el Pregón, a no dudar la gran mayoría respondería: ¿El Pregón, que Pregón? La grandeza de la Semana Santa sevillana está en su complejidad y en conseguir armonizar de manera equilibrada sus múltiples formas de entenderla y/o interpretarla. Si el Pregón no existiera habría que inventarlo. Pero, a que negarlo, tampoco peligraría nuestra Semana Mayor si desapareciese. Suelo verlos y posteriormente los leo –no todos- con cierto interés. Algunos son magníficos; otros regulares y, no pocos, manifiestamente mejorables. Pero si cada pregonero pone pasión y verdad en su cometido declamatorio, poco o nada habría que objetar. Ser él en definitiva al margen del “que dirán”.




No quiero entrar en los “filtros” inquisitoriales que se han creado para constatar los perfiles de posibles pregoneros pues me daría para otro Toma de Horas. No me gusta esa fórmula de expedir pasaportes de buenos o malos cristianos. ¿Lo hizo acaso Jesús de Nazaret? Me contaron, personas de incuestionable crédito, que hubo alguien muy conocido de esta Ciudad que mandó al Consejo un jamón y una caja de Marqués de Cáceres para postularse como Pregonero.

Creen firmemente, embriagados por el incienso, que el Pregón lo escucha esa mañana Mister Obama con sus asesores mientras desayunan en la Casa Blanca. O que la Señora Merkel queda esa mañana con Sarkozy para disfrutar del Pregón en compañía de sus respectivos cónyuges. Conozco el caso de un Pregonero (omitiré su nombre por razones obvias) que era todo afabilidad en nuestros encuentros callejeros, y después de dar el Pregón ya te saludaba con cierto distanciamiento. En fin, esto forma parte de la idiosincrasia de esta Ciudad donde el ombliguismo tomó siempre cartas de naturaleza. Lo dicho, toda la suerte del mundo a don Ignacio Pérez Franco, que lo disfrute sobre todo él y de paso que haga disfrutar a los “pregonófilos”. Quede tranquilo que en las entrevistas posteriores en la Puerta del Maestranza todos coincidirán en que ha sido un magnifico Pregón. Nunca entendí como en el Santoral sevillano no figurase nunca, Santa Ojana de la Coba.

1 comentario:

José Luis dijo...

Tuve el privilegio de presentar a Ignacio en una convivencia de las hermandades del Miércoles Santo, cuando él era Hermano Mayor del Baratillo. Me pareció un hombre afable, cercano y profundamente comprometido con el mundo de las Hermandades, su labor social y sobre sobre todo evangelizadora. No creo que vaya a dar un pregón estilo Rodriguez Buzón, tampoco se nos hará tan inacabable como el de Henares ni será tan extraordinariamente "out" como el de Barbeito, que habló de todo menos de las cofradías, eso sí, con un lenguaje tan exquisito como poéticamente perfecto. Me gustan más los estilos sevillanistas, más Herrera, Burgos, y recuerdo el del doctor Rubio como uno de mis favoritos, por su enfatización y texto, así como por la cadencia de su verso. Esperemos en el de Ignacio uno que lleve un poco de todo eso, aunque lo dudo. Será profundo, pero profundo, más no creo que conecte con lo que el sevillano espera del pregón de los pregones. Un saludo, Juan Luis, y perdona la extensión.