miércoles, 18 de enero de 2012

Recuerdos escolares


Mala cosa es instalarse pertinazmente en la nostalgia pero, cuando notamos el irremediable paso de los años, volver la vista atrás se nos antoja como algo inevitable. Volver a la niñez es una manera de soñar de nuevo con el paraíso perdido. La mía fue realmente pletórica en todos los sentidos. Vivía rodeado de afecto por los cuatro puntos cardinales de mis sentimientos, y la calle se me representaba como un enorme entramado donde cada día te deparaba nuevas sorpresas (unas agradables y otras no tanto). Las carencias eran suplidas por las caricias. Siempre me gustó muchísimo lo que entonces se denominaba “la Escuela” y el estudiar no me ofrecía grandes dificultades. Mi madre guardaba mis cartillas escolares y la calificación de las materias estudiadas (las “notas”) ya representaban un adelanto de mi personalidad. Eran muy buenas en lectura y escritura; pasables en matemáticas; cortitas en dibujo y, excelentes, en aseo y comportamiento. Con una diferencia de pocos metros cubrí en tres entidades mi corto periplo estudiantil: “Protectorado de la Infancia”; “Colegio San Diego” y “Mesón del Moro”. Gratísimo recuerdo el de don Carlos Alonso (San Diego) y don Miguel Sarmiento (“Mesón del Moro”). Cuando me faltaban dos meses para cumplir los catorce años de edad me pusieron a trabajar (las circunstancias mandaban sobre las ilusiones). Mi abuela Teresa ya había gestionado mi ingreso en la entonces llamada Universidad Laboral (ubicada donde hoy se encuentra la Pablo de Olavide), pero todo quedó en un loable intento. Después en clases nocturnas fui madurando al membrillo que llevaba dentro. No me arrepiento de haber trabajado tan joven, pues me hizo concebir la vida envuelta en sus miserias y grandezas. Maduré muy pronto y apareció en mi vida una persona a la que posiblemente nunca viviré lo bastante para estarle suficientemente agradecido (Manuel Alonso Hidalgo). Me enseñó tanto en lo profesional y en lo humano que en mi actual personalidad quedará para siempre un profundo sedimento de la suya. Me enseñó a cuadrar cuentas imposibles; a planificar concienzudamente el trabajo antes de desarrollarlo; me “apuntó” para que diera clases nocturnas de “Contabilidad y Organización Administrativa” en la “Academia Gorca”; también lo hizo en el “Instituto Británico” para que aprendiera inglés; me ayudó a consolidarme como bético, currista, mairenista y, lo más importante, a distinguir las aficiones de los vicios. ¡Como para olvidarme de su querida memoria! Grande, muy grande, este Manolo Alonso que vivía en la espalda del Sanatorio de San Juan de Dios, y en la cara de las personas que dejan huella de su paso por la vida. Hoy, he encontrado casualmente la foto que acompaña este “Toma de Horas” y me han venido al recuerdo momentos fugaces perdidos en la nebulosa de los tiempos. Lo decía Machado, don Antonio, en su “Recuerdo Infantil”: “Y todo un coro infantil va cantando la lección: mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón”. ¡Que lejos nos quedan ya aquellos tiempos! ¿No es verdad amigo Fali; no es verdad amigo Ángel?

1 comentario:

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Otro punto más en común: El Mesón del Moro. También yo recuerdo a D. Miguel Sarmiento aunque no estuve con él.
Tenía su clase en la entrepalnta que había subiendo a la derecha y en mis tiempos tenía el hombre la ingrata labor de bregar con los "desechados de tienta", en su clase había lo mismo chavales de 10 años que de catorce.
Buenos recuerdos guardo de aquel colegio.
Un abrazo