Yo me voy pa la Barqueta que está mi primo er Bobote dando duro a tres peseta.
Traía dos copas de más y una pena de menos. La noche ya hacia rato que había envainado su sable de sombra y frío vencida en buena lid por la luz del amanecer. Había sido una larga noche de vino y cante a la vieja usanza. Es decir, aquellas en que los niños se dormían soñando con ser hombres, y los hombres se emborrachaban soñando con ser niños. Todo nació de una promesa que le habían hecho a un amigo de gozos y penas en su lecho de muerte: pegarse a “su salud” un homenaje como los de su dorada época de juventud. Se dieron cita en el Bar “Plata” los restos del naufragio. Las ausencias tenían tres argumentos de peso: los que ya no estaban; los que ya no podían y aquellos que ya no querían. Lograron reunir media docena de almas errantes. Huérfanas de noches de bohemia ilustrada en “La Carbonería” y Flamenco de muchos kilates compartido en “Torres Macarena”. Buscaron la noche como los barcos buscan en las tempestades las luces de los faros. Fue una larga “madrugá” de muchos contrastes, donde la magia del buen Cante consiguió finalmente armonizarlo todo. Las guitarras sacaron a pasear su alma de madera arropando los quejíos del Cante de verdad. Reímos y lloramos recordando lo que allí nos convocaba: los arañazos en el alma por el amigo perdido. Al final sacamos la triste conclusión que nuestro tiempo se había quedado flotando en la memoria sentimental de los paraísos perdidos. Intentar volver a andar por las sendas del pasado es comprobar que ya no reconoces ni el camino ni al caminante. Cuando despidió en la esquina de su calle el taxi que lo traía de vuelta notó como el frío del amanecer se le clavaba en los costados. Se subió el cuello del abrigo y empezó a caminar buscando el confortable resguardo de la “cueva”. Venía ahíto de soleares y siguiriyas. Sentía en su boca el amargor del vino que se resiste a abandonar las papilas gustativas. Se cruzó con un barrendero que barría la calle alejado de la realidad imbuido en sus auriculares. Un grupo de palomas intentaban desesperadamente picotear un trozo de pan duro. Un perro abandonado miraba con tristeza buscando, inútilmente, algún destello de bondad humana. Cuando introdujo la llave en la cerradura de su portal comprendió que su mundo cada día era menos de este mundo. Se cantiñeó por la bajini: “Compañera no regañe / que hago mi ropita un lío / que er campo no tiene llave”. Traía dos copas de más y una pena de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario