En el Casco Antiguo de la
Ciudad, y preferentemente en la Puerta de la Carne, existen antiguas
casas señoriales habilitadas hoy como Academias de Lengua Española para
extranjeros. De ellas veo salir a
jóvenes y “jóvenas” cuyas edades todavía tendrán pendientes de cruzar la
barrera de los veinticinco años de existencia. Nos llegan prioritariamente
desde el Reino Unido, Alemania, Holanda y los Estados Unidos de América. Es
gratificante verlos con el afecto que se relacionan entre ellos y el
comportamiento tan educado que mantienen con la Ciudad y su gente. Posiblemente no sean conscientes (en eso
consiste ser jóvenes: vivir a tope el presente sin el peso del pasado ni la
incertidumbre del futuro) de estar cubriendo una etapa esplendida de sus vidas
y vital para su futura formación humana y profesional. Ellos, a diferencia de
nuestros jóvenes talentosos, cuando abandonan sus países tienen marcados en sus
pasaportes fecha de ida y vuelta. Vienen becados por sus gobiernos de origen
para adquirir un plus fundamental en sus formaciones de las que se beneficiarán
ellos y sus países. Los nuestros se marchan obligados por la falta de
oportunidades y, una vez instalados, no saben cuando volverán o si se quedarán
viviendo fuera para siempre. Sinceramente,
esto me duele en el alma pues pagaremos muy caro este dispendio
generacional. Los hemos preparado
concienzudamente y después les cerramos todas las puertas laborales y
profesionales. Según encuestas
efectuadas por la Universidad
sevillana los estudiantes extranjeros que pululan por estos lares están
enormemente satisfechos con Sevilla y los sevillanos. Todos coinciden en
sentirse muy bien tratados y todos, sin excepción, no descartarían en un futuro
volver de nuevo a la Ciudad. Comentan, cosa lógica, que
al principio se sentían algo perdidos para interpretar nuestro peculiar
castellano. Recuerdo hace unos días que había unos estudiantes conversando en
la puerta de una de estas Academias situada en una casa de la calle Muñoz y
Pabón. Frente a ellos había dos
albañiles abriendo una zanja en la calle. Se acerca un tercero y les dice a
voces: “Quillo, vamos a i arreando que aluego nos coge er toro”. Ellos, los
estudiantes, escuchaban este dialogo y seguro que se preguntarían que puñetas
estaban diciendo los albañiles. Un profesor amigo mío me comentó un día que lo
primero que le enseñan de nuestra lengua son las palabrotas, y cuando se dicen
en sentido coloquial y cariñoso. No es lo mismo cuando escuchas decir:
¡Valiente tío más hijo de puta!; que cuando comentan: ¡Hijo puta er tío! A la primera frase le quitamos el “valiente”
y el “más” y ya después el tono hará el resto. Estoy plenamente convencido que
estos muchachos y muchachas un día muy lejano recordarán con cariño su aventura
hispalense. Lo harán viendo una antigua foto donde están en la Feria con un traje de
faralaes comprado en el mercadillo del Jueves. O bien sentados sonrientes en
los jardines del Alcazar una mañana primaveral de domingo. Mientras, los
nuestros y gracias a la clase política que nos ha tocado en “suerte”, cada día
serán menos nuestros. El vuelo en
definitiva del “Dulce pájaro de juventud”.
lunes, 29 de abril de 2013
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1 comentario:
Lo de los albañiles no tiene precio. Me ha recordado la anécdota un librito que leí hace años, "La tesis de Nancy", de Ramón J. Sender, sobre una estudiante americana que viene a escribirla (la tesis) a Sevilla. Muy bueno, Juan Luis.
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