lunes, 29 de abril de 2013

Dulce pájaro de juventud





En el Casco Antiguo de la Ciudad, y preferentemente en la Puerta de la Carne, existen antiguas casas señoriales habilitadas hoy como Academias de Lengua Española para extranjeros.  De ellas veo salir a jóvenes y “jóvenas” cuyas edades todavía tendrán pendientes de cruzar la barrera de los veinticinco años de existencia. Nos llegan prioritariamente desde el Reino Unido, Alemania, Holanda y los Estados Unidos de América. Es gratificante verlos con el afecto que se relacionan entre ellos y el comportamiento tan educado que mantienen con la Ciudad y su gente.  Posiblemente no sean conscientes (en eso consiste ser jóvenes: vivir a tope el presente sin el peso del pasado ni la incertidumbre del futuro) de estar cubriendo una etapa esplendida de sus vidas y vital para su futura formación humana y profesional. Ellos, a diferencia de nuestros jóvenes talentosos, cuando abandonan sus países tienen marcados en sus pasaportes fecha de ida y vuelta. Vienen becados por sus gobiernos de origen para adquirir un plus fundamental en sus formaciones de las que se beneficiarán ellos y sus países. Los nuestros se marchan obligados por la falta de oportunidades y, una vez instalados, no saben cuando volverán o si se quedarán viviendo fuera para siempre.  Sinceramente, esto me duele en el alma pues pagaremos muy caro este dispendio generacional.  Los hemos preparado concienzudamente y después les cerramos todas las puertas laborales y profesionales.  Según encuestas efectuadas por la Universidad sevillana los estudiantes extranjeros que pululan por estos lares están enormemente satisfechos con Sevilla y los sevillanos. Todos coinciden en sentirse muy bien tratados y todos, sin excepción, no descartarían en un futuro volver de nuevo a la Ciudad.  Comentan, cosa lógica, que al principio se sentían algo perdidos para interpretar nuestro peculiar castellano. Recuerdo hace unos días que había unos estudiantes conversando en la puerta de una de estas Academias situada en una casa de la calle Muñoz y Pabón.  Frente a ellos había dos albañiles abriendo una zanja en la calle. Se acerca un tercero y les dice a voces: “Quillo, vamos a i arreando que aluego nos coge er toro”. Ellos, los estudiantes, escuchaban este dialogo y seguro que se preguntarían que puñetas estaban diciendo los albañiles. Un profesor amigo mío me comentó un día que lo primero que le enseñan de nuestra lengua son las palabrotas, y cuando se dicen en sentido coloquial y cariñoso. No es lo mismo cuando escuchas decir: ¡Valiente tío más hijo de puta!; que cuando comentan: ¡Hijo puta er tío!  A la primera frase le quitamos el “valiente” y el “más” y ya después el tono hará el resto. Estoy plenamente convencido que estos muchachos y muchachas un día muy lejano recordarán con cariño su aventura hispalense. Lo harán viendo una antigua foto donde están en la Feria con un traje de faralaes comprado en el mercadillo del Jueves. O bien sentados sonrientes en los jardines del Alcazar una mañana primaveral de domingo. Mientras, los nuestros y gracias a la clase política que nos ha tocado en “suerte”, cada día serán menos nuestros.  El vuelo en definitiva del “Dulce pájaro de juventud”.

1 comentario:

José Luis dijo...

Lo de los albañiles no tiene precio. Me ha recordado la anécdota un librito que leí hace años, "La tesis de Nancy", de Ramón J. Sender, sobre una estudiante americana que viene a escribirla (la tesis) a Sevilla. Muy bueno, Juan Luis.