viernes, 7 de noviembre de 2014

Diálogo de membrillos





No me atrevería a decir que corren malos tiempos para casi todo y, por extensión, para casi todos.  Estoy convencido de que todo depende de la percepción que se tenga de la vida, las circunstancias  y las expectativas que cada uno se haya creado. Te miras cada mañana en el espejo y vas descubriendo lentamente como el paso de los días va  cumpliendo su implacable labor de irreversible deterioro.  Observas  como el pelo –sobre todo al cortártelo-  cada día se blanquea un poco más. A la par que se te achican los ojos se te agrandan las ojeras. Llamar piernas a ese par de canillas blancas que te secas después de ducharte es una pura entelequia. Empiezas poco a poco a ser la antitesis de eso que hoy se llama un Metrosexual (obviemos por pudor la situación de los “países bajos”).  Mientras no aparezcan los achaques y estos se transformen en cuentas en la farmacia vamos asimilando como podemos este estropicio existencial.  A nivel afectivo la vida me ha tratado –y me trata- de bien para arriba.  ¿Puedo entonces considerarme una persona feliz?  No por dos razones fundamentales: la percepción solidaria de las atrocidades que padecen millones de seres indefensos y, esto a titulo personal, la falta de referencias diarias a efectos intelectuales y morales. Siempre he considerado que la felicidad se recibe –y se da- en porciones como los quesitos de “El Caserío”. Me muevo a niveles razonablemente cercanos con personas bondadosas –buena gente en definitiva- pero carentes de cualquier tipo de inquietudes.  Me gustaría conseguir cada día al acostarme sumar algunas cosas que han sido referentes imprescindibles durante toda mi vida. Primero, comprobar que vives en un país donde impera la decencia. Después, escuchar dos o tres conceptos inteligentes que me hagan pensar y poder ser escuchado, al menos durante un minuto, sin interrupción por cualquiera de mis diarios interlocutores.  Al final, comprobar que las sociedades avanzan cuando la pobreza le gana definitivamente la partida a la riqueza. No hay manera. La decencia cada día es más difícil de encontrar y los ricos aumentan a la par que lo hacen los pobres. Nadie es capaz de permanecer callado un par de minutos mientras otra persona esté hablando. Estamos inmersos en una etapa convulsa donde ya nadie escucha a nadie. Todo el mundo quiere y pretende largar “su rollo” de corrido.  Refiero sobre el particular una anécdota que me ocurrió hace tan solo un par de días. Estaba tomando tranquilamente café donde lo hago habitualmente cada mañana. Sale cantando en la televisión Miguel Poveda y un par de tertulianos mañaneros –buenas personas por cierto- establecen el siguiente dialogo:

---  Anda que no canta bien el chaval ese-  dice uno.

---  Tela marinera, un fenómeno-  contesta el otro.

---  Este nació en Utrera- dice el primero con firmeza.

---  Anda ya hombre, si este ha nacío en Triana- contesta rotundo el segundo.

Interviene un tercer tertuliano para ampliar con “certeza” la tesis trianera del nacimiento de Poveda.  Dice el  agregado con total rotundidad: “Nació en Triana pues mi cuñao era compañero del padre en la Hispano-Aviación en la calle San Jacinto. Además su madre trabajaba de taquillera en el Cine Emperador”. ¡Tira milla Miguelito que vienen curvas!


Intento sin éxito que me dejen hablar un momento pero continúan los dos- ahora tres- enzarzados y hablando a la vez.  Me hubiera gustado explicarles –sin ánimo de petulancia- donde nació Miguel Poveda (Barcelona, pero se crió en Badalona). Su nombre completo (Miguel Ángel Poveda León). Su fecha de nacimiento (13-febrero-1973) Sus comienzos por las peñas flamencas de Cataluña (tenía quince años de edad). El año cuando en el “Festival de las Minas de La Unión” conquistó la “Lámpara Minera” y todos los primeros premios de los demás estilos a los que se presentó (1993). Cuantos discos componen su discografía (en la considerada oficial son doce)………

No hubo manera, pues ellos seguían a lo suyo y yo como un carajote integral levantando la mano a ver si el moderador –el tabernero- me daba la oportunidad de intervenir.

Eso es lo que hay.  Ni prestamos nuestros oídos a cosas que nos ilustren ni nos dan la más minima oportunidad de poder ilustrar a los demás.  Todo se reduce, a que engañarnos, a un diálogo de membrillos reconducidos hacia la nada.  Los medios (fundamentalmente la televisión) nos han hurtado la capacidad de aprender a debatir con respeto y escuchar civilizadamente las opiniones ajenas. Hoy, lamentablemente, ya no somos alumnos de nada ni de nadie. Estamos absorbidos por nuestra incapacidad para seguir aprendiendo cada día.  Lo triste es que nunca habrá un buen maestro donde antes no hubo un buen alumno.  No se si podemos pero en realidad….¿queremos?

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