Estamos ya inmersos en el tiempo de la introspección o lo que es lo
mismo: tiempo de adentrarse en los laberintos del alma. Las inclemencias del tiempo posibilitan que,
cuando avanzan los atardeceres, estemos en la calle el tiempo justo de
refugiarnos en el hogar, dulce hogar.
Noviembre se nos escapa de las manos y ya nos pide paso el mes que
cierra y abre los ciclos de la vida. En
la memoria sentimental esas tardes-noches de mesa-camilla de antaño. Todos
alrededor de la lumbre y todos sintiéndonos participes activos de una
familia. Ver llover a través de los
cristales, o verlos borrosos por el vaho del frío, mientras lees un buen libro
arropado con la ropa camilla es un placer de dioses. Sobre la mesa una caja de pestiños
y una jarra de agua con su correspondiente vaso. Al fondo, desde el ordenador,
un leve murmullo de sones de música clásica. El reloj de salón marcando con su
tic-tac el paso de los momentos que ya nunca volverán. La gata dormitando a tu lado soñando con los
ratones de la azotea. El alma se serena y manda el temple sobre la vida y sus
circunstancias. Leo en sus páginas
finales la última novela de Javier Marías (“Así empieza lo malo” - Alfaguara) y
es de esas lecturas que te gustaría que fueran eternas. Cada página es un ejercicio sublime de buena
Literatura y como lector disfruto ante tal derroche de exquisita estilística.
¡Que manera de escribir! Es de esas
tarde otoñales que lo peor que tienen es que terminan cuando empiezan los
informativos. Uno quisiera en esos
momentos atrapar el tiempo y recordar de donde viene, donde está y hacia donde
dirige sus pasos. Es el tiempo de
introspección que actúa como un antídoto natural para paliar los males de una
sociedad convulsa, mercenaria, embustera y tremendamente injusta. Buscamos los tesoros navegando a toda vela
por los mares del sur sin antes mirar si tenemos alguno en la bodega de nuestro
barco. La gata, mi gata, levanta la cabeza presagiando que la magia pronto desaparecerá de nuestro entorno. Cierro el libro y tomo el mando a distancia
para que, una vez más, al encenderse el televisor ponga distancia entre las verdades y las
mentiras. La barbarie humana servida a la carta. Confío y espero que mañana
pueda repetir mi encuentro con el tiempo de la introspección. No existe nada equiparable a una buena ración
de sosiego en una tarde-noche otoñal sevillana.
La vida es como una vela que se apaga lentamente. Mientras tenga luz
habrá esperanza. Como cantaba Serrat…”se va la tarde y me deja la queja que mañana
será vieja de una balada de otoño”.
jueves, 27 de noviembre de 2014
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