lunes, 3 de noviembre de 2014

La Puerta entreabierta





Desde que me liberé de mis obligaciones laborales y profesionales suelo visitar con bastante frecuencia la Iglesia de San Nicolás de Bari.  Allí se casaron mis padres y allí fuimos bautizados mis hermanos y yo. Allí de niño tuve la imborrable sensación de salir a la calle por primera vez revestido con una tunica de nazareno de la Candelaria.  Todo un cúmulo de sensaciones y emociones que sin caer en las redes de la nostalgia determinan de donde vengo y lo que hoy pueda ser.  Mis padres vivieron durante sesenta  años a cien metros de San Nicolás (de hecho mi padre cuando cantaba flamenco era conocido en Sevilla por “El Niño de San Nicolás”) y yo residí por ese querido entorno durante la mitad de mi vida. Los lunes de cada semana es el día grande en San Nicolás. Acuden de manera fervorosa personas de distintas edades y de distinta condición social. Una amalgama de sentimientos que solo se explican participando activamente de los mismos. Compruebo la fidelidad en las visitas de algunas personas de avanzada edad. Llegan caminando a duras penas y se sientan en los bancos con la placidez que determina el llegar a buen puerto.  Los veo reflexivos y absortos dando gracias al Señor de la Salud y a la Candelaria por estar allí un lunes más y quedarles un lunes menos para estar con Ellos definitivamente.  Saben con certeza que están cubriendo el “cominito” del epílogo de sus vidas y que ya tienen entreabierta las puertas de los cielos.  Llegan a San Nicolás y se sientan placidamente en un banco. Permanecen allí un buen rato en el más absoluto de los recogimientos y se despiden de la Candelaria con un: “Hasta el lunes que viene si Tú y Tu Hijo queréis”.  Cada una de estas personas tendrá una historia que siempre será, por ser la suya, personal e intransferible. Almas candelarias en busca de la verdad de la vida y las cosas. El antídoto existencial que les proporciona los lunes de San Nicolás les resulta tan necesario como el aire que respiran.  Las miro de soslayo y algunas me saludan con una leve sonrisa y parecen decirme: “Aquí estamos un lunes más y así será hasta que Ellos quieran”.  Saben que dentro de San Nicolás tienen la Rosa y el Clavel y fuera les aguardan algunas espinas.  La vida enredada entre la fe y las vicisitudes de lo cotidiano. Esperan, sin prisas, el poder ver algún día una Candelaria sonriente sin lágrimas en la cara y a un Jesús despojado de su cruz sentado a la derecha del Padre. La Puerta entreabierta les espera al final de la escalera de la vida. Un leve empujón y puede que ya todo empiece a tener sentido. Mientras, a dilatar cuanto se pueda la dulce espera.  Si les quitamos su fe los dejamos convertidos, sin más, en cuerpos errantes llenos de achaques. Creen, a pie juntillas, que la puerta entreabierta siempre les estará esperando. Ver a estas personas cada lunes es un nuevo acicate para seguir creyendo. Todo gozosamente reducido a la puerta entreabierta de los lunes por San Nicolás.

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