domingo, 2 de noviembre de 2014

Sabor a pueblo





Cada jueves cuando acudo a Dos Hermanas a ver a mis nietos soy participe de un hecho –curioso por lo inusual- que me llena de satisfacción.  Mi hija vive muy cerca de la parte céntrica del pueblo y, cuando deambulo por sus calles, observo como personas a las que no conozco de nada me saludan cordialmente. Resulta gratificante cuando al cruzarse contigo o  pasas por sus puertas te den las buenas tardes. Las veo sentadas placidamente viendo pasar la vida y, lo más importante, viendo pasar la gente. Cuando alguien que no conoces de nada te dice con franqueza “Vaya usted con Dios amigo” estamos recuperando lo mejor del alma andaluza.  No se trata de cotilleo que eso hoy se lo reservan los programadores de la Tele-basura. Es una actitud amigable y participativa para demostrarnos –y demostrarse- que no es bueno estar solo.  Recuerdo con un profundo cariño, no exento de nostalgia, los veranos que pasaba de niño en Los Palacios en casa de mi tía Isabel.  Los olores y los sabores del pan recién hecho, la uva de moscatel recién cortada, las enormes sandias dulces como los primeros besos de adolescentes, los albardones recién terminados y el mosto recién pisado inundaban sus calles y plazoletas.  Nadie cerraba la puerta de su casa durante el día y la vida discurría con la placidez del tiempo atrapado en todo su esplendor. Se estaba siempre dispuesto para lo bueno y preparado para lo malo.  No era una especie de paraíso en la tierra sino más bien una forma de vivir donde primaban las personas sobre todas las demás cosas. Pueblos pequeños donde todo el mundo se conocía y la gente sin preguntar sabía quienes daban gato y quienes daban liebre. Hoy el crecimiento demográfico nos hace crecer hacia fuera y decrecer hacia dentro.  He recordado en los Tomas de Horas el triste final de un vecino de mi actual calle.  Vivía solo y llevaba muertos dos semanas en su piso. Los vecinos notaron que algo raro ocurría cuando pasaban los días y no recogía sus pocas ropas tendidas en el tendedero.  Es cierta la anécdota que Tom Cruise cuenta en la película “Collateral” (2004). Un usuario del metro de Nueva York sufrió un infarto y murió en su asiento. Ocurrió en una “hora punta” (lunes por la mañana) y estuvo ¡nueve horas! dando vueltas por la Ciudad sin que nadie se percatara de que estaba muerto. Recuerdo de niño que la ciudad de Sevilla estaba perfectamente trazada y contextualizada por el contorno de cada Barrio.  Los del mío sabíamos que al subir y bajar el Puente de San Bernardo, terminar el Pasaje  Zamora, traspasar la Plaza del Salvador o desembocar en la de San Francisco ya estabas, peligrosamente, fuera de tu protectora demarcación. Las cosas han cambiado sustancialmente en mejoras materiales (hoy de nuevo en entredicho) y en la triste perdida de las señas de identidad de cada persona.  En mi Barrio yo era para todo el mundo el “Niño de Encarna la del Zaguán” o el “Chiquillo del Niño de San Nicolás”.  En la actualidad  personas de mi entorno me conocen por “el vecino del Sexto B”. Me temo que no solo no hablarán de nosotros cuando hayamos muerto sino que puede que no lo hagan ni incluso estando todavía vivos.  Como diría aquel: “No somos nadie”.

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