La
Justicia es el
último bastión que tenemos los ciudadanos decentes para frenar las tropelías y
el saqueo a que muchos políticos han sometido nuestras vidas y haciendas. Los
políticos siempre han tratado de controlarla para tenerla a su entera
disposición y al servicio de sus espurios intereses. Desde el Gobierno repiten
machaconamente: “Hay que dejar trabajar a los jueces” o bien “Tenemos todos que
ser respetuosos con las decisiones judiciales”. Pero cuando los jueces los
apuntan con el dedo ya la cosa varia considerablemente. Los atacan de manera
implacable e intentan quitarse de encima aquellos que nos son proclives a sus
dictados. Aparte, claro está, que para nada atienden las justas reclamaciones
de los jueces para que mejoren, con medios técnicos y humanos, sus difíciles
condiciones de trabajo. Son cualquier
cosa menos tontos. Creo firmemente en la Justicia española e incluso, en un ejercicio
bucólico, creo hasta en la
Justicia divina. No
nos engañemos: la Democracia
funciona y se salvaguarda cuando también lo hace el Poder que dimana de una
Justicia razonable y eficaz. Los jueces
están cansados de que se les ningunee y la dimisión en diciembre pasado del
fiscal general del Estado-Gobierno (excelente cinéfilo por cierto) don Eduardo
Torre-Dulce es ilustrativa al respecto. Cuando un pueblo pierde la credibilidad
en su Justicia quiere decir que las cosas están ya en una situación
preocupante. Es un pulso que siempre mantiene –y mantendrá- el Poder político
contra el Poder judicial. Reclamar
Justicia para todos siempre será el mejor aval para que nuestra Democracia no
se resquebraje. Si nos fallan los jueces solo nos quedará ya encomendarnos a
todos los santos del cielo. Confiemos, esperemos, observemos y actuemos. No nos
queda otra.
Juan Luis Franco – Miércoles Día 8 de Abril del 2015
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