Cuando escribo este Toma de Horas la Semana Santa del 2015, a pesar de estar
recién terminada, se me representa bastante alejada en el tiempo y con una
serie de sensaciones que, por esos misterios de la memoria sentimental, se me
han venido a la mente. Me duele reconocer que posiblemente haya sido la Semana Santa donde he actuado
más por recursos mecanicistas que por resortes sentimentales. Era Semana Santa
y procedía hacer por costumbre lo de todos los años. Flaco favor nos hacemos a
nosotros mismos si adulteramos el mundo interior donde confluyen sensaciones y
sentimientos. Las cosas son como son y no como nosotros quisiéramos que fuesen.
Hice lo mismo que en años anteriores pero con una cierta sensación de desanimo
en mi interior. El Domingo de Ramos salí a primeras horas sin más compañía que
mis recuerdos. Siempre, en cualquier etapa de mi vida, me gustó hacerlo así.
Tiempo habrá a lo largo de la mañana de ese anhelado Domingo el poder reencontrarte
con amigos del alma. Empiezo por besarle la mano al Gran Poder y después me
encamino al emocionado encuentro con el Señor de Pasión. Seguidamente me dirijo
a San Nicolás de Bari para rendirles pleitesía a la Señora de La Candelaria y al Señor
de la Salud. Luego
me voy a la Iglesia
de Santa Cruz, donde hice mi Primera Comunión, a darle los buenos días al
Santísimo Cristo de las Misericordias. Posteriormente acudo a mi cita con San
Isidoro y me paro a contemplar al Señor de las Tres Caídas y a su imponente
Cirineo. De allí a la Iglesia de la Magdalena para ver al
Cristo del Calvario. Termino la jornada matinal en San Pedro bajo la cruz del
Cristo de Burgos y, posteriormente, visitando a la Virgen de la Amargura. Los demás
días de la Semana
son un calco de los años anteriores. Lunes Santo emotivo traslado del Señor de
Pasión a su Trono de Plata. Martes Santo a ver pasar La Candelaria y con Ella a
los seres queridos ausentes para siempre por la Plaza de la Alfalfa. Miércoles Santo, en compañía
de viejos amigos, contemplar la
Hermandad de San Bernardo pasando por la Puerta de la Carne después de haber
agotado las reservas de barriles de cerveza de Casa Coronado. Jueves Santo la
anhelada Estación de Penitencia con mi Hermandad de Pasión y Viernes Santo el
Cachorro por la calle Reyes Católicos. Y
como dirían por tierras galas “c’est fini”. ¿Qué fenómeno se ha producido en mi interior
para no experimentar las sensaciones de años anteriores? Gracias a Dios mi Fe no hace más que crecer
por días y el apego a las tradiciones de esta Ciudad, que es la mía, es
irrenunciable. Puede que sea la edad que empieza a abrir brechas en los
costurones del alma. O quizás una situación social en esta querida y maltratada
Sevilla que puede con todo y con casi todos. ¡Que se yo! Lo cierto es que más
que deprimirme noté al terminar la
Semana una cierta sensación de alivio por poder volver a la
dulce monotonía. Admito, no sin cierta preocupación, que nunca antes había
experimentado estas sensaciones. La pasada Semana Santa, calurosa a más no
poder, se me aparecieron del tirón todos los fantasmas que tenía olvidado en el
baúl de los recuerdos. Pude observar en
la calle muchas cosas que no me gustaron y otras, también poco edificantes, en
el interior de algunos templos. Observé como va ganando enteros lo
superficialmente banal en detrimento de lo verdaderamente importante. El
“pasotismo” de algunas Hermandades (y no pocos sevillanos) con el añadido del figuroneo son dos fantasmas que hace tiempo
recorren nuestra (¿) Semana Mayor. Puedes intentar engañar al mundo pero nunca
al universo de tus sensaciones. Vivir para ver y después poder contarlo siempre
a tu manera. Tiempos cutres e insustanciales.
Mala cosa es cuando empiezas a notar que te sientes extraño en el
Paraíso. En definitiva, experimentar el complicado mundo de las sensaciones. Las
mías que no necesariamente tienen que coincidir con las tuyas.
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