Intenté de niño no hacer nada de lo que mis abuelos se avergonzaran.
Intenté de adolescente llevar un comportamiento del que mis padres se sintieran
satisfechos. Intenté como persona madura que nada de cuanto hiciera fuera
motivo de vergüenza para mis hijas. Intento de abuelo que mi manera de actuar
sea recordada por mis nietos de manera placentera. Tengo sobradas razones para
creer que en las distintas etapas de mi vida esto ha sucedido así. Mis amigos han representado y representan el
mayor soporte de mi existencia. Con algunos reconozco que no terminé de la
manera más adecuada. Nuestra relación terminó en muchos casos no por lo pudiera
hacerles sino por dejar de hacer lo que ellos pretendían que hiciera. Siempre
he actuado de acuerdo con mi conciencia y a través de una serena reflexión.
¿Errores cometidos? Seguramente para llenar un barco. Pero, eso si, todos desde
la decencia, la solidaridad y con el convencimiento de que aquello era, en ese
momento, lo que tenía que hacer. El pasado solo me interesa como un
interminable proceso de madurez pues, para lo bueno y lo malo, lo vivido ya no
tiene vuelta atrás. Lo importante y fundamental para mí es el nuevo día que se
me ofrece. La vida es tan breve como una puesta de sol y perderse en
divagaciones insustanciales es literalmente dejar de vivir. El libro leído, la
película visionada, la música escuchada, la copa o la comida degustada o el
amor resuelto ayer entre sabanas de seda forman parte del pasado. Lo importante
siempre será el próximo libro, la próxima película, el próximo disco, la nueva
copa por tomar, la nueva comida por degustar y el nuevo amor por explorar (en
esto ultimo es conveniente saber retirarse a tiempo). Intenté, por y para siempre, ser “Uno de los
nuestros” pero al final la vida me enseñó que “los nuestros” varían según las
distintas etapas de tu vida. Nada es para siempre y todo queda supeditado al
ejercicio de vivir. Uno de los nuestros.
Juan Luis Franco – Domingo Día 19 de Abril del 2015
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