Parece que fue ayer cuando corté la primera hoja del almanaque de
Pasión del año 2015 y ya estamos inmersos en el último domingo de Abril. Aquel día, ya tan lejano en el tiempo y con
tantos aconteceres vividos en lo sentimental, colgué el almanaque del Señor de
Pasión en el sitio donde, el día antes, estaba colgado el correspondiente al
año 2014. Mientras me entretenía en tan nobles menesteres esperaba el ansiado
comienzo en TVE del “Concierto de Año Nuevo” desde Viena. Afortunadamente estos
cuatro meses han transcurrido sin sobresaltos en lo sentimental y con un claro
convencimiento de que en lo político las sorpresas están muy cercanas. Lejos,
muy lejos quedaron ya los fríos días invernales. El tiempo se mide por minutos,
días, meses, años y, fundamentalmente, por los momentos sentimentales de cada
existencia humana. Estoy cada día más convencido de que si existen dos ciudades
eternas y atemporales son Roma y Sevilla. Ambas tienen un basamento histórico
imperecedero, un presente lleno de luces y sombras y un futuro que siempre se
presume esplendoroso. En ambas siempre se cita su magnificencia del pasado y su
prometedor futuro obviando el presente. Sevilla es una ciudad que siempre se
supo mover en un cúmulo de contradicciones. No debe ser fácil para una “mujer
tan guapa, culta y radiante” tener tantos pretendientes ramplones y vulgares.
Hoy, último domingo del mes de Abril, la Ciudad se nos muestra espléndida e ilusionada
cual mocita casadera. Son días donde, a los viandantes, la calle nos reclama
desde hora muy temprana. A ciertas edades cada nuevo amanecer es un regalo de
Dios y los de finales de Abril son especialmente esplendorosos. Todavía el
calor inmisericorde tardará un tiempo en llegarnos. Vencido definitivamente el
frío y sin sufrir todavía el pegajoso abrazo de la canícula toca vivir
plenamente la calle. Una Sevilla romana
o una Roma sevillana para darle sentido a casi todo.
Juan Luis Franco – Domingo Día 26 de Abril del 2015
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