“No conozco un solo lugar donde Dios se haya sentido a gusto”
- Guillermo de Baskerville - (El nombre de la rosa)
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Insisto, que aun a riesgo de resultar reiterativo, las expectativas que me marqué al comenzar esta aventura de los Toma de Horas han sido cubierta con creces. La misma no hubiera sido posible sin el afectuoso mecenazgo de Salvador Gavira. Fue quien me animó a escribir regularmente y me proporcionó una cobertura técnica que, dada mi pertinaz torpeza informática, para mí hubiera sido imposible de desarrollar. Empecé con un artículo de opinión semanal y actualmente pertrecho tres a la semana. Mi intención inicial era cubrir fundamentalmente tres temas. A saber: sobre mi Ciudad (pasado, presente y futuro); su Semana Mayor, como máxima expresión que aúna sentimiento, fe y tradición y, dada mi condición de sociólogo frustrado, sobre la condición humana. Luego los acontecimientos sociales y políticos –la omnipresente Crisis- han condicionado que posiblemente los Toma de Horas estén en ocasiones muy politizados. No me arrepiento por ello. Uno no elige la época que le ha tocado vivir, y si tiene la oportunidad de opinar sobre la misma debe dejar su personal testimonio. Nunca me he considerado bloguero (con el mayor respeto a los que así se consideren); ni me incluyo dentro de eso que hoy llaman las redes sociales. Mi blog carece de contador de visitas y estoy convencido de que las mismas se reducen a una docena de buenos y pacientes amigos. Esto no es óbice para que alguna vez me haya llevado algunas satisfacciones personales. Una vez coincidí en un acto cultural con un personaje importantísimo de Sevilla y me dijo que leía mis Toma de Horas. El comentario que me hizo sobre los mismos me ruborizó, y no lo reproduzco aquí por no situarme dentro del clan de “los depositarios de las esencias de la Ciudad”. En otra ocasión me llamó por teléfono un amigo al que hacia tiempo que no veía. Me dijo que su madre quería hablar conmigo. Me comentó esta santa señora que su hijo le imprimía mis Tomas de Horas y que los leía cada noche antes de buscar el encuentro con Morfeo. Que unas veces le hacía reír y en otras conseguía emocionarla. Me dejó aturdido y le contesté que aunque fuera ella mi única lectora, merecía la pena seguir intentando tomarle el pulso y las horas a esta vieja y sabia Ciudad.
Hoy reconozco que me dolería que mis Toma de Horas se parasen por falta de cuerda. Dedico, por primera en mi vida, la mayor parte de mi tiempo a leer y escribir. Siempre me moví en mis distintas etapas existenciales –y la escritura no podía ser una excepción- portando la bandera de la tolerancia, la solidaridad y el respeto hacia la vida privada de los demás. Analizo de un político su mala –o buena- gestión pública por afectar a mi gente y, bajo ningún concepto, sobre su aspecto físico, su credo religioso y sus preferencias en todo lo que afecte a su privacidad. De un torero me importa su forma de torear y no sus fugaces apariciones en la prensa rosa. Lo importante es lo que haga en la Plaza y no lo que haga en la calle. De un artista, de cualquier índole, su trabajo artístico y las consecuencias del mismo. Con quien salga o con quien entre me importa un…….. Desgraciadamente hoy, con los políticos a la cabeza, se pasa de continuo esa peligrosa frontera que separa la educación de la grosería más soez. Se organizan burdos juicios paralelos en algunas televisiones rosas donde literalmente se crucifican a las personas (por cierto, algunas supercontentas de estar “clavadas” en tan rentable madero. Representa su opíparo y cómodo medio de vida).
Algunos artículos de prensa y algunas tertulias televisivas destilan inquina a granel y todo se hace en aras de una pretendida libertad de expresión. No seré yo desde mi modesta atalaya quien se atreva a dar lecciones de moralidad a nadie, pero nunca tendré –ni buscaré- morada en la Calle del Insulto y la Descalificación Personal.
Vivimos tiempos extremadamente complicados (los de nuestros padres y abuelos fueron mucho peores y salieron adelante) y deambulamos con el corazón sobrecogido saltando de mata en mata. Somos el resultado de generaciones anteriores que nos enseñaron el valor de la decencia, la bondad y el esfuerzo. Transmitir este hermoso legado a nuestros hijos debe –o debería- ser una cuestión fundamental en nuestras vidas. Lamentablemente si algo define a la Aldea Global es la insolidaridad, la usura y el abuso permanente contra los más desfavorecidos. Nuestra Piel de Toro no escapa a estos elementos perniciosos y, para no desentonar con el lema de que “España es diferente”, le añadimos una dosis hispana de vandalismo y grosería. Todo en definitiva condicionado por el: “allí donde la corriente nos lleve”.
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