miércoles, 10 de noviembre de 2010

Ana y los lobos




“La realidad no importa lo que importa es nuestro ensueño” (Azorín)

Se llama Ana…….. Tiene en la actualidad 51 años de edad. Era una Graduada Social con despacho propio en la calle…….Tenía novio, una familia perfectamente estructurada y una vida por vivir. Padecía una sobrecarga de estrés insoportable que le derivó en un proceso depresivo agudo. Al final, las imprevisibles neuronas hicieron el resto. Ya, y de manera definitiva, es un barco a la deriva por los mares de los sueños. Pasa sus días en la Residencia donde mi madre apura sus últimos soplos vivénciales. Anda con pasitos cortos y rápidos y es incapaz de permanecer un minuto en la misma ubicación. Aborda a tirios y troyanos para solicitarles tres cosas: un beso, un cigarro o un caramelo. Cuando se te acerca te dice escuetamente: “Dame un cigarro (un beso o un caramelo)”. Cualquier pregunta que se le formula la responde con un lacónico si o no. Sale de su caparazón interior un instante, te contesta de manera muy escueta, y vuelve a desaparecer en el laberinto de su onírico mundo. Desde mi atalaya en el jardín, la he visto en una mañana entrar en la Residencia y, hasta en cuatro ocasiones, cambiarse de ropa. Un día me sorprendió canturreando la Eva María de Los Payos. Mientras decía que: “Eva María se fue buscando el sol de la playa, con su maleta de piel y su bikini de rayas” se le iluminaba feliz el semblante, y emprendía un baile balanceando los brazos como si estuviera haciendo la ola en un campo de fútbol. Su madre la visita con regularidad. Llega en una silla de ruedas que empuja una oronda y bondadosa ¿cubana? El mundo –y las cosas de la vida- al revés. Lo lógico sería que fuera su madre quien estuviera allí como residente y ella –Ana- de visitante. Pero muchas veces la lógica de la existencia humana se ve sustancialmente alterada. Estoy firmemente convencido de que existirán muchas Residencias con mejores infraestructuras que Santa Genma, pero difícil, muy difícil, será encontrar una con mayor potencial humano. Allí Ana se configura como la persona de menor edad de las ingresadas, pero recibe una cobertura afectiva que difícilmente encontraría en otro lugar. Es feliz y estoy convencido de que se siente segura en este contexto humano y social. Ella pertenece al ejército de los náufragos de la razón. Seres perdidos para la cordura pero con su capacidad sensitiva a flor de piel. Carecen de memoria, pero no están exentas de bondad que, a la postre, es el único legado que Dios les deja. Ignoro que suerte le deparará a esta muchacha en los días venideros. En su memoria sentimental ya está desalojado su pasado, y su futuro es una barca a la deriva en los procelosos mares de los racionalmente perdidos. Su presente afectivo se reduce a la petición de un beso, un cigarrillo o un caramelo. Come, duerme y respira y, como ejemplo paradigmático de que no todo está perdido, se emociona cuando se pone en el sitio de la Eva María de los Payos. Sueña, desde el Barrio del Porvenir, con amaneceres playeros y con poder descorrer las persianas del horizonte, para así poder fundir el mar con el cielo azul. Todo a merced del duro ejercicio de vivir en el día a día, sin la herramienta de la razón y la cordura. Pero, eso si, salvada ya definitivamente de las garras de los lobos. Ni la pena ni el desamor pueden configurarse ya como sus compañeros de viaje. El “Lobo Estepario” duerme placidamente en su guarida, mientras Ana baila placidamente a la sombra de los árboles de la calle Brasil. A ella no puede ya alcanzarla la lluvia que a todos nos empapa en este valle de lágrimas. Te pide un cigarro, un beso o un caramelo y te regalo a cambio la dulzura de su mirada. Ana, Ana y los lobos.

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