Matibalú es un pequeño poblado de Kenia que puede rondar los quinientos habitantes. Lo bordea uno de los afluentes del río Mara y en él acechan enormes y feroces cocodrilos de ojos amarillentos y apetito insaciable. Sus aguas son cenagosas y turbias, y en sus orillas nacen juncos cuyas puntas siempre parecen mirar al cielo. Es un poblado laborioso y que se mantiene de sus propios recursos. Los niños eran apercibidos, desde su más temprana infancia, que bajo ningún concepto pueden acercarse solos a la orilla del río. Un día, cuando una mañana agosteña todavía no había perdido del todo el frescor de la noche, un niño de algo más de dos años y en un descuido de los mayores, encaminó sus pasos hacia el borde del río, adentrándose y perdiéndose en las turbias aguas. Cuando comenzaron los alaridos de dolor por su segura muerte ocurrió un hecho que los hizo enmudecer. Salió lentamente hasta la superficie un enorme cocodrilo como si emergiera del fondo de los avernos. En su lomo iba sentado el niño sonriente y aparentando una pasmosa tranquilidad. El enorme saurio se desplazó lentamente hacia la orilla y avanzó solo unos metros por tierra firme. Se detuvo mientras el niño se bajaba lentamente de su insólita cabalgadura, empezando a andar hacia el poblado. Desde este hecho que se sitúa, como tantas hermosas historias africanas, entre la historia y la leyenda, los cocodrilos son considerados sagrados e intocables por los habitantes del poblado. Les dan de comer copiosamente –aunque ellos no coman- y conviven con los saurios en plena armonía. La Madre Naturaleza ha creado un vínculo difícilmente explicable desde el campo de la racionalidad: humanos y cocodrilos entrelazados por la cotidianidad.
África. Memorias de África, donde se mezcla naturaleza salvaje con los sangrientos tráficos de armas y diamantes. África, tierra de despóticos dictadores y de sacrificados misioneros. Atrocidades tribales que harían llorar de rabia y pena al mismísimo Satanás. Y la hambruna inmisericorde que nos corta la digestión de europeos complacientes y felices viendo los informativos. Niños, los niños africanos, como ejemplo rotundo de que hemos fracasado en nuestra condición de seres humanos. En ellos, solamente en ellos, y no en báculos y mitras se encuentra la Mirada de Dios. Ojos enormes en cuerpos esqueléticos que de continuo nos preguntan: ¿Quién o quienes nos habéis robado el pan? ¿Quién ha transformado los arados en campos de batalla? ¿Quiénes han permitidos tantas atrocidades? ¿Quién nos roba nuestra agua para regar los campos de golf y las piscinas de lujo? Hace ahora más de dos mil años Uno le preguntó a Dios: “Padre porque me has abandonado”. Hoy nos los preguntan a todos nosotros, con su mirada, los niños famélicos de África.
Unos, van de safaris de nuevos ricos a cazar animales salvajes para luego disecar sus cabezas y, que adornen en sus salones los testeros de las chimeneas. Otros, van a la caza y captura del hambre que devora a los niños africanos, perdiendo en muchos casos la vida en el empeño. Esos parece ser que no cuentan en el haber de la Cristiandad. Son gente que saben que, tarde o temprano, tendrán que enfrentarse a la Mirada de Dios y podrán mantenerla de frente y sin agachar la cabeza. África, Kenia, Matibalú, Mara, cocodrilos y…… ¡Niños!, los olvidados niños africanos. En ellos, solamente en ellos, depositó Dios su Mirada. Aunque nosotros al percibirla miremos para otro lado. Ojos que no ven corazón que no siente.
África. Memorias de África, donde se mezcla naturaleza salvaje con los sangrientos tráficos de armas y diamantes. África, tierra de despóticos dictadores y de sacrificados misioneros. Atrocidades tribales que harían llorar de rabia y pena al mismísimo Satanás. Y la hambruna inmisericorde que nos corta la digestión de europeos complacientes y felices viendo los informativos. Niños, los niños africanos, como ejemplo rotundo de que hemos fracasado en nuestra condición de seres humanos. En ellos, solamente en ellos, y no en báculos y mitras se encuentra la Mirada de Dios. Ojos enormes en cuerpos esqueléticos que de continuo nos preguntan: ¿Quién o quienes nos habéis robado el pan? ¿Quién ha transformado los arados en campos de batalla? ¿Quiénes han permitidos tantas atrocidades? ¿Quién nos roba nuestra agua para regar los campos de golf y las piscinas de lujo? Hace ahora más de dos mil años Uno le preguntó a Dios: “Padre porque me has abandonado”. Hoy nos los preguntan a todos nosotros, con su mirada, los niños famélicos de África.
Unos, van de safaris de nuevos ricos a cazar animales salvajes para luego disecar sus cabezas y, que adornen en sus salones los testeros de las chimeneas. Otros, van a la caza y captura del hambre que devora a los niños africanos, perdiendo en muchos casos la vida en el empeño. Esos parece ser que no cuentan en el haber de la Cristiandad. Son gente que saben que, tarde o temprano, tendrán que enfrentarse a la Mirada de Dios y podrán mantenerla de frente y sin agachar la cabeza. África, Kenia, Matibalú, Mara, cocodrilos y…… ¡Niños!, los olvidados niños africanos. En ellos, solamente en ellos, depositó Dios su Mirada. Aunque nosotros al percibirla miremos para otro lado. Ojos que no ven corazón que no siente.
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