Esta mañana desde que me saludó el alba me hice el firme propósito de ir a verte. Leí hace unos días en la prensa local que te habían instalado una nueva mampara para garantizar tu seguridad. La física, pues la espiritual es traspasada continuamente por los sentimientos que nacen de la Fe y la Tradición. Han tenido que pasar cuatro siglos para que alguien, por motivos espurios, se atreviera a agredirte. No busquemos rocambolescos complots en aras de resucitar viejas y sangrientas trincheras. ¿Cuándo dejará España de oler a pólvora y a sangre? Todo se debió a la voluntad individual de un ¿desequilibrado? Seres que en aras de su oportunismo, o de su perturbada y solitaria soledad, atacan el Centro de nuestras emociones. Te atacan, más que por Ti mismo, por lo que significas para todos nosotros. Quien hoy, magníficamente por cierto, nos representa al conjunto de los miembros de tu Hermandad, Enrique Esquivias de la Cruz, se ha visto obligado por la circunstancias a blindarte para salvaguardarte de los vándalos. Por cierto, aunque Tú lo sabes de sobras, tu Hermano Mayor dio, con diferencia, el mejor Pregón de los últimos años. Ignoro si fue “una pieza literaria muy bien construida” o, si consiguió emocionar a la Sevilla cofrade. Fue, simple y llanamente, un Canto de amor a la Ciudad y a sus Cofradías, y una demostración de compromiso cristiano ante los problemas de la Sociedad que hoy nos ha tocado en suerte (o en desgracia). Si, ya se de sobras, que Tú no permitiste que estuviera solo en el atril maestrante. ¡Bueno eres Tú para abandonar a su suerte a ninguno de tus hijos!
Entré a media mañana por el pórtico de tu Basílica y me desplacé, según se avanza, por la orilla izquierda de este río de sentimiento sevillano. Allí estabas dentro de esta capsula de metacrilato que te evita a Ti, y sobre todo a nosotros, graves sobresaltos como los del pasado e infausto 20 de junio. El Señor de Sevilla es tan inmenso en su Divina Presencia que hasta consigue humanizar la mampara. Pareciera como si la hubieras tenido desde siempre. ¡Por fin están abiertas las puertas que conducen a tu Divino talón! Ya podemos de nuevo, después de posar nuestros temblorosos labios en él, contemplar tu hermoso y rotundo perfil barroco. Subimos a tu camarote buscando el consuelo como Patrón del barco de nuestras vidas, y bajamos, despacio y rehechos, hacia las arenas de la playa de tu Columbario. En Ti anidan Alfa y Omega. Orto y Ocaso. Sombra y luz. Principio y fin de la existencia sevillana. Tus plantas fueron regadas, por los siglos, con las lágrimas que dimanan de las plegarias sevillanas. Siempre has estado -y estas- Omnipresente. En devoto Besamanos. Paseando tu dolor misericordioso por las calles sevillanas, notando bajo tus pies el rachear de las alpargatas de tus costaleros. Verte cruzar la Plaza de Molviedro es la mayor conjunción posible entre Dios y Sevilla. Hay momentos que tumban por si solos todos los planteamientos teóricos de la Teología. En tu Paso, arriado en la Basílica, después de dejarle el relevo de la Madrugá sevillana a la Esperanza. En el Convento de Santa Rosalía diciéndole, una vez más, al Arte Barroco quien manda aquí. En el solitario y permanente soliloquio que cada sevillano/a proyecta hacia tu misericordia. Hoy, no podía ser de otra forma, te adentras en el Siglo XXI rodeado de sus artilugios de seguridad. Tú no eres antiguo ni moderno: Tú eres Eterno. Tenemos la obligación, hazte cargo y no te enfades, de velar por Ti, como un pequeño tributo a los siglos que Tú lo llevas haciéndolo por nosotros. Pretendemos que los nietos de nuestros nietos te sigan venerando y confiando en tu Divina Providencia.
Nosotros te ponemos una mampara, y Tú, desde siempre, nos proteges a nosotros con la que emana de la Fe. Tu Mampara era artificial hasta que cruzó el umbral de tu Basílica y Tú estuviste dentro de ella. Desde entonces ya es divina, y conocida en toda la Ciudad como: la Mampara del Señor.
Entré a media mañana por el pórtico de tu Basílica y me desplacé, según se avanza, por la orilla izquierda de este río de sentimiento sevillano. Allí estabas dentro de esta capsula de metacrilato que te evita a Ti, y sobre todo a nosotros, graves sobresaltos como los del pasado e infausto 20 de junio. El Señor de Sevilla es tan inmenso en su Divina Presencia que hasta consigue humanizar la mampara. Pareciera como si la hubieras tenido desde siempre. ¡Por fin están abiertas las puertas que conducen a tu Divino talón! Ya podemos de nuevo, después de posar nuestros temblorosos labios en él, contemplar tu hermoso y rotundo perfil barroco. Subimos a tu camarote buscando el consuelo como Patrón del barco de nuestras vidas, y bajamos, despacio y rehechos, hacia las arenas de la playa de tu Columbario. En Ti anidan Alfa y Omega. Orto y Ocaso. Sombra y luz. Principio y fin de la existencia sevillana. Tus plantas fueron regadas, por los siglos, con las lágrimas que dimanan de las plegarias sevillanas. Siempre has estado -y estas- Omnipresente. En devoto Besamanos. Paseando tu dolor misericordioso por las calles sevillanas, notando bajo tus pies el rachear de las alpargatas de tus costaleros. Verte cruzar la Plaza de Molviedro es la mayor conjunción posible entre Dios y Sevilla. Hay momentos que tumban por si solos todos los planteamientos teóricos de la Teología. En tu Paso, arriado en la Basílica, después de dejarle el relevo de la Madrugá sevillana a la Esperanza. En el Convento de Santa Rosalía diciéndole, una vez más, al Arte Barroco quien manda aquí. En el solitario y permanente soliloquio que cada sevillano/a proyecta hacia tu misericordia. Hoy, no podía ser de otra forma, te adentras en el Siglo XXI rodeado de sus artilugios de seguridad. Tú no eres antiguo ni moderno: Tú eres Eterno. Tenemos la obligación, hazte cargo y no te enfades, de velar por Ti, como un pequeño tributo a los siglos que Tú lo llevas haciéndolo por nosotros. Pretendemos que los nietos de nuestros nietos te sigan venerando y confiando en tu Divina Providencia.
Nosotros te ponemos una mampara, y Tú, desde siempre, nos proteges a nosotros con la que emana de la Fe. Tu Mampara era artificial hasta que cruzó el umbral de tu Basílica y Tú estuviste dentro de ella. Desde entonces ya es divina, y conocida en toda la Ciudad como: la Mampara del Señor.
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