Decir que soy un animal de costumbres es decir una verdad que yo asumo
sin complejos. Animal por no ser haber sido capaz de madurar a tiempo y en sus
justos términos. De costumbres por ser en lo cotidiano donde encuentro mi razón
de ser. Esta etapa de mi vida que presumo va a ser la última (esperando que sea
larga) me está resultando bastante placentera y llena, eso si, de algunas contradicciones
y carencias. Mis grandes amigos (juventud divino tesoro) hace tiempo que se me
escaparon de las manos como el agua de la lluvia. Unos por pertenecer ya al
Reino de los eternos ausentes y otros por estar atrapados en sus actuales
circunstancias. ¡Por fin! creo que
empiezo a sentirme “cuajado” en lo político, lo social y lo cultural. ¡Ya era
hora mangas verdes! Salgo cada mañana a
la calle con una serie de sensaciones, opiniones e impresiones con el ánimo de
compartirlas y me vuelvo con la triste sensación de haber perdido el tiempo.
¿Petulancia? ¿Soberbia intelectual? Sinceramente creo que este no es el caso. No
busco en mi condición de andarín mañanero aduladores ni tampoco gente que
considere que la dialéctica consiste en llevarle la contraria a todo el mundo. Busco
personas de mi generación que se expresen argumentando a través de la reflexión
y el conocimiento de las cosas. No hay manera. Gracias a Dios todavía tengo la
oportunidad de manifestarme por escrito que, a la corta y a la larga, es la
manera más eficaz que siempre he encontrado. Cada noche me “meto en el sobre” con la triste
sensación de que, fuera de los libros y las películas, pocas cosas interesantes
me ha reportado el día que se termina.
De tarde en tarde me tropiezo con alguien de la “vieja guardia” (gente
con inquietudes, ilusiones y dispuesta a mirar por encima de su tejado) que me
alegran el día. Poder hablar con alguien
de manera distendida e interesante de temas políticos, sociales, culturales o
de Flamenco se me hace cada día más difícil de conseguir. Es lo que hay y
tampoco es cuestión, como un Quijote de pacotilla, el intentar luchar contra
los molinos de viento que mueven los figurones y los ignorantes. La soledad del corredor de –sin- fondo.
Juan Luis Franco – Lunes Día 15 de Febrero del 2016
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