Heredé de mi padre las dos grandes aficiones de su vida: el Flamenco y los Toros. Ambas, a que negarlo,
siempre mal consideradas por una parte de la Sociedad española a la
que los árboles de la superficialidad nunca les dejan ver el bosque de la
autenticidad. Afortunadamente el Flamenco
y después de una larga lucha reivindicativa en lo social, lo político y lo
cultural por parte de artistas, mentores, estudiosos y aficionados ya está
considerada la música de raíz más importante del mundo. Se le abren alborozados
los mejores teatros resultando el asombro y admiración de los públicos más diversos.
Esto no es óbice para que todavía algunos españoles (como ocurrió antaño casi
de manera masiva) consideren al Flamenco
cosa de señoritos andaluces juerguistas y gente de poco o ningún nivel
cultural. Los políticos, salvo honrosas excepciones, siempre han utilizado al Flamenco para echar un ratito de
divertimiento en gozosos momentos puntuales. Pero al Flamenco, cultural y artísticamente, ya no hay quien lo pare y
mucho menos lo desvirtúe. En la actualidad es una música equiparable al Jazz y ampliamente elogiada y admirada
por muchos habitantes de este planeta llamado Tierra. Los Toros son
ahora la diana perfecta para una “progresía de salón” que se siente más cómoda
atacando las tradiciones que resolviendo los verdaderos problemas de la gente.
Llaman a los toreros asesinos y a los aficionados gente sanguinaria que se
muestran inmisericordes con el sufrimiento de un pobre e indefenso animal. Cuantos
argumentos dan –damos- los taurinos en defensa de la Fiesta
no son ni siquiera considerados dialécticamente (poco podía imaginarse quien
llamó a los Toros la “Fiesta Nacional” las consecuencias que
esto acarrearía). Puede que el peor enemigo de los Toros no esté fuera sino más bien en el epicentro de este Arte al que hoy atacan por doquier.
Queda claro que el comportamiento de algunos que viven –o al menos lo intentan-
de la Fiesta
de los Toros deja bastante que desear. Están instalados en la soberbia y la
prepotencia y no dejan de proporcionarle munición a las armas de los
antitaurinos. Nada que objetar a que existan personas que no les guste esta Fiesta y que consideren incluso de
manera razonable que existen motivos para su abolición. En eso consiste una
verdadera Democracia. Pero que no se dejen manipular por una pandilla de
demagogos que camuflados como falsos demócratas de cartón-piedra atacan todo lo
que les suena a España profunda. Soy flamenco y taurino por la gracia de Dios
y sobre todo por la de mi padre (que por cierto tenía un montón). Espero morirme portando conmigo estas dos
aficiones que tantas satisfacciones me han dado a lo largo de mis ya muchos
años. Cambiando la letra del “Mediterráneo”
de Serrat podría decir….Que le voy a hacer / si yo nací en…. ¡Sevilla!
Juan Luis Franco – Viernes Día 12 de Febrero del 2016
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