Ya forma parte de la naturaleza humana las nobles (y no pocas veces
baldías) intenciones de cambiar algunas cosas de nuestra vida cotidiana con la
llegada de cada nuevo año. Ese curso de ingles que nunca terminamos por encauzar;
la consabida visita al gimnasio para, antes de que llegan las calores que todo
lo destapa, intentar eliminar la curva de esa “barriguita cervecera” y,
evidentemente, la necesidad imperiosa de dejar el insano habito del tabaco. Es
una manera infantil de llevar a la “practica” aquello de Año nuevo vida nueva. En definitiva poder entender en sus versiones
originales las películas anglosajonas o las letras de las canciones de Elvis. Volver,
sin tener que aguantar la respiración, a tener la 46 como talla de pantalón y
eliminar esa tos mañanera tan inoportuna como molesta. Seguramente será muy
alto el número de personas donde estos proyectos siempre se quedan en buenas y
perdidas intenciones (me contaba un amigo que regenta un gimnasio que para
ellos estas fechas son las más rentables pues hay gente que paga un mes –o
hasta un trimestre- por adelantado y luego solo aparecen dos o tres días). Esta
desidia a cambiar nuestra hoja de ruta forma parte de la naturaleza humana y el
que esté libre de culpa que enseñé las manchas de sudores sobaqueros del
chándal que le han regalado por Reyes.
Reconozco que desde hace ya algunos años siempre me gusta de vez cuando
pararme en mi “Hoja de Ruta” y bajar
al suelo el saco que todos llevamos sobre nuestra espalda. Lo suelo abrir y
miro con detenimiento su contenido. Siempre veo algunas cosas que ya me sobran
y las suelo sacar para siempre y trato de irle aportando nuevos elementos que
incrementen el caudal de mis ilusiones. Luego una vez aligerada la carga vuelvo a
portarlo sobre mi espalda y a caminar hasta enterrarlos en el mar. Todo en la
vida es relativo y los reciclajes anuales no podían ser una excepción. ¿Año
Nuevo vida nueva?
Juan Luis Franco – Lunes Día 8 de Febrero del 2016
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