viernes, 20 de marzo de 2009

La Dama de la ventana.

Desde muy niño yo la veía asomada a su ventana de la calle Candilejos. Con una mano sostenía los pliegues de la cortinilla. Mientras, observaba atentamente el vaivén de gentes que iban o venían de la Alfalfa. Su edad para mí representaba un misterio. Siempre primorosamente vestida como para salir de paseo y con un maquillaje que a mí se me antojaba excesivo. Parecía una réplica exacta de mi actriz de culto, la inigualable y recordada Bette Davis.

Cuando de chaval pasaba, intentaba mirarla sin que ella lo notara. En los días invernales tenía sobre sus hombros un chal de lana que lucía de manera primorosa. Para mitigar el arreón de las calores movía un abanico granate con un sutil y delicado juego de muñeca.

Nunca conseguí verla en la calle fuera de su contexto natural que era asomada a la ventana.

Los Martes Santo tenían para mí, entre otros muchos, un aliciente añadido. Procuraba procesionar en mi Hermandad de la Candelaria en la fila de la izquierda. De esta forma y tras el anonimato del antifaz podía observarla detenidamente. Tenía una belleza marchita camuflada a base de cremas y colorotes. Sus labios pintados de clavel reventón parecían como si hubieran besado larga y amorosamente el exorno floral del paso del Señor de la Salud. Era de esas mujeres a los que el tiempo no era capaz de arrebartarles del todo su espléndida lozanía y belleza del ayer.

Yo, una vez que el Diputado de Tramo nos ordenaba proseguir la marcha hacía la plaza de la Alfalfa, cuna del Espartero, pensaba: ¿Cómo sería su rostro al paso del Nazareno de San Nicolás?. ¿Qué actitud mantendría ante el rostro sublime de la Candelaria?. ¿Recordaría tiempos pasados y pérdidos?. ¿Derramaría alguna furtiva lágrima?.

Pudiendo hacerlo nunca pregunté de quién se trataba. Prefería imaginarla como participe de alguna historia de amor truncada por el destino. Quizás fuera la novia de un marino mercante que le fue arrebatado por un golpe de mar. O una modistilla enamorada de un novillero que una mala tarde ante un toro negro zahino le hizo su último brindis a la vida.

Muchas veces me pregunté desde mi fantasía de niño/adolescente: ¿Qué esperaba o a quién la Dama de la Ventana?.






Pasaron los años y por imperativos de la vida me marché de mi querida Collación de San Nicolás. Cada lunes en mi obligada visita a la Reina de San Nicolás y a su Divino Hijo, me paso a la vuelta por la calle Candilejos. Durante algunos años allí seguía erguida, melancólica y esbelta la Dama de la Ventana. Un lunes y los siguientes desapareció como si nunca hubiera existido más que en mi imaginación de niño y joven soñador. Ya los visillos estaban corridos y las luces apagadas. Todo se había esfumado y desaparecido como por encantamiento.

Siempre me pregunté que fue de ella y donde terminaría sus días. ¿Quién sería esta coqueta y bella damisela?. ¿Dónde transcurrieron sus últimos dias terrenales?. Yo la imagino en una residencia de ancianos con la mirada distante, pensativa y coqueta. Escuchando los pájaros a través de una ventana que dá al jardín y que le recuerda domingos de mercadillos en su añorada Alfalfa. Puede que en la mesita de noche de su habitación tuviera enmarcada una foto de la Candelaria. Quien lo sabe.

Lo que si sé es que siempre vivira en mi memoria sentimental, aquella que de verdad -en las pequeñas cosas- nos ata a la vida a través de los recuerdos. Cada Martes Santo recordaré a un niño con un antifáz blanco como el armiño, que palpitaba de emoción ante la proximidad del encuentro con la Dama de la Ventana

Ella se fue. Yo me iré algún día. Todos nos iremos a la postre. Pero siempre sera la fiel depositaria de estas pequeñas y bellas historias la Reina de San Nicolás, Santísima Madre de la Candelaria.

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