“Algo se muere en el alma
cuando un amigo se va
y va dejando una huella
que no se puede borrar”.
- Amigos de Gines -
Le llamaban Manuel, nació en España, su casa era de…todo el que llamaba a su puerta. Hace un par de día le dimos cristiana sepultura –o mejor quedó reducido a cenizas- y después nos emborrachamos de cerveza y pena. Sus apellidos poco importan en alguien que llevaba la bondad y la solidaridad pegadas a las paredes del alma. Nos lo dejó dicho al “serratiano” modo: “A mí enterradme sin duelo entre la tierra y el cielo”. El humo de sus cenizas impregnó de decencia el aire de la mañana. Nunca las llamas pasaron de purificar a ser purificadas. Consiguió que nos reuniéramos en torno a su cuerpo inerte gente variopinta y de muy distinto “pelaje”, pero con un denominador común: el haber tenido la suerte de conocerlo y tratarlo. Su cruel y larga enfermedad no hizo más que hacerlo crecer como ser humano. Cuando lo visitaba siempre me pedía que le contara el último chiste o noticias frescas de su Sevilla FC. Él era algo más que un sevillano. Él era parte inseparable de la Ciudad. Su mundo se asentaba en el trípode desde donde se retrataba la vida de los hombres de antaño: Familia, Trabajo y Taberna. En una sociedad como la actual de cartón piedra él era puro mármol de carraca. Leal, exquisito, filosófico, cabal, solidario, sevillista, “de San Bernardo”, flamenco, zumbón…….sevillano. Ya no está ni se le espera con su cabeza siempre cubierta, tanto en los fríos días invernales como en los largos y rigurosos de la canícula sevillana. Su entrada en las tabernas lo hacía invitando y con su secular saludo de: “A la paz de Dios señores”. Fue de los primeros en naufragar en los mares del amianto de Uralita, viéndose relegado a la condición de pensionista por invalidez, sin tener que pasar por ningún dudoso ERE. Sacó matricula de honor en todo aquello en que le situó la vida: Nieto, hijo, hermano, esposo, amante, padre, tío, abuelo, amigo, vecino y compañero. Era, al machadiano modo, “en el buen sentido de la palabra bueno”. Sabía de Flamenco más que don Silverio Franconetti y de Toros podía contar cosas que no figuraban en el Cossío. Nació y se hizo hombre en el Barrio de San Bernardo, siempre a la sombra del Cristo de la Salud y a la luz de la Virgen del Refugio. Los Miércoles Santo eran para él sagrados, y se revestía por un glorioso día del ropaje de los habitantes eternos del Barrio de los Toreros. Mientras esperábamos que se hiciera realidad aquello de que: “polvo eres y en polvo te convertirás”, lo recordamos gozosos a través de sus cientos de anécdotas. Recuerdo un día que fuimos a enterrar al padre de un amigo cuando me dijo: “Juanlu, ¿tu sabes lo que sería el colmo de la sinceridad?, pues que alguien en un entierro hablara mal del muerto”. Mala época esta en que, con demasiada frecuencia, despedimos para siempre a familiares y amigos. De niño nos enseñaron que dejáramos de jugar en la calle mientras pasaba un entierro. Era una señal de respeto. Hoy, ya con la niñez guardada en los confines del alma, las cosas ocurren al revés: se paran los entierros para vernos pasar a nosotros. Vaya usted con Dios amigo Manué. Seguro que será bien recibido allá donde le tengan destinado. Ruegue por nosotros que pecamos mas de la cuenta pero, eso si, siempre sin causar estragos en corazones ajenos. No tenga prisas en convocarnos antes de tiempo, pues tampoco es plan de dejar vacías las tabernas.
Cuando la Cruz de Guía de San Bernardo alcance la cima del Puente te recordaré desde la atalaya de la Puerta de la Carne. Lo haré por ti y, sobre todo, al conjuro del placer de haberte conocido. Lo dicho: “A la paz de Dios señores”.
cuando un amigo se va
y va dejando una huella
que no se puede borrar”.
- Amigos de Gines -
Le llamaban Manuel, nació en España, su casa era de…todo el que llamaba a su puerta. Hace un par de día le dimos cristiana sepultura –o mejor quedó reducido a cenizas- y después nos emborrachamos de cerveza y pena. Sus apellidos poco importan en alguien que llevaba la bondad y la solidaridad pegadas a las paredes del alma. Nos lo dejó dicho al “serratiano” modo: “A mí enterradme sin duelo entre la tierra y el cielo”. El humo de sus cenizas impregnó de decencia el aire de la mañana. Nunca las llamas pasaron de purificar a ser purificadas. Consiguió que nos reuniéramos en torno a su cuerpo inerte gente variopinta y de muy distinto “pelaje”, pero con un denominador común: el haber tenido la suerte de conocerlo y tratarlo. Su cruel y larga enfermedad no hizo más que hacerlo crecer como ser humano. Cuando lo visitaba siempre me pedía que le contara el último chiste o noticias frescas de su Sevilla FC. Él era algo más que un sevillano. Él era parte inseparable de la Ciudad. Su mundo se asentaba en el trípode desde donde se retrataba la vida de los hombres de antaño: Familia, Trabajo y Taberna. En una sociedad como la actual de cartón piedra él era puro mármol de carraca. Leal, exquisito, filosófico, cabal, solidario, sevillista, “de San Bernardo”, flamenco, zumbón…….sevillano. Ya no está ni se le espera con su cabeza siempre cubierta, tanto en los fríos días invernales como en los largos y rigurosos de la canícula sevillana. Su entrada en las tabernas lo hacía invitando y con su secular saludo de: “A la paz de Dios señores”. Fue de los primeros en naufragar en los mares del amianto de Uralita, viéndose relegado a la condición de pensionista por invalidez, sin tener que pasar por ningún dudoso ERE. Sacó matricula de honor en todo aquello en que le situó la vida: Nieto, hijo, hermano, esposo, amante, padre, tío, abuelo, amigo, vecino y compañero. Era, al machadiano modo, “en el buen sentido de la palabra bueno”. Sabía de Flamenco más que don Silverio Franconetti y de Toros podía contar cosas que no figuraban en el Cossío. Nació y se hizo hombre en el Barrio de San Bernardo, siempre a la sombra del Cristo de la Salud y a la luz de la Virgen del Refugio. Los Miércoles Santo eran para él sagrados, y se revestía por un glorioso día del ropaje de los habitantes eternos del Barrio de los Toreros. Mientras esperábamos que se hiciera realidad aquello de que: “polvo eres y en polvo te convertirás”, lo recordamos gozosos a través de sus cientos de anécdotas. Recuerdo un día que fuimos a enterrar al padre de un amigo cuando me dijo: “Juanlu, ¿tu sabes lo que sería el colmo de la sinceridad?, pues que alguien en un entierro hablara mal del muerto”. Mala época esta en que, con demasiada frecuencia, despedimos para siempre a familiares y amigos. De niño nos enseñaron que dejáramos de jugar en la calle mientras pasaba un entierro. Era una señal de respeto. Hoy, ya con la niñez guardada en los confines del alma, las cosas ocurren al revés: se paran los entierros para vernos pasar a nosotros. Vaya usted con Dios amigo Manué. Seguro que será bien recibido allá donde le tengan destinado. Ruegue por nosotros que pecamos mas de la cuenta pero, eso si, siempre sin causar estragos en corazones ajenos. No tenga prisas en convocarnos antes de tiempo, pues tampoco es plan de dejar vacías las tabernas.
Cuando la Cruz de Guía de San Bernardo alcance la cima del Puente te recordaré desde la atalaya de la Puerta de la Carne. Lo haré por ti y, sobre todo, al conjuro del placer de haberte conocido. Lo dicho: “A la paz de Dios señores”.
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