domingo, 29 de mayo de 2011

El sostén del desconsuelo




Dice mi amigo Enrique que pocas cosas han alcanzado la perfección estética como ocurre con los pasos de la Semana Santa sevillana. Bien cierto es. No solamente en los basamentos de tronos y palios donde la conjunción y la armonía alcanzan sus cotas más altas de belleza. Tampoco en los movimientos callejeros sincronizados donde se unifica desde el “por donde ir” al “como ir” y, lo más importante: “hacia donde ir”. Los pasos se desplazan por los laberintos urbanos sentimentales, sin prisa y también sin pausa, para dejarnos al pasar el alma titiritando. Incluso aquellos sevillanos que militan en el descreimiento saben en sus adentros que, están irremediablemente perdidos, cuando lo que se les ofrece ante sus ojos les lleva al paraíso perdido de la niñez. No ven solo pasar un paso de Semana Santa, ven pasar la ilusión de un niño reflejándose ante el espejo de la vida. Un día le escuché decir a un amigo –agnóstico ilustrado- ante el paso del Cristo de la Salud de San Bernardo: “Joé, creer lo que se dice creer yo no creo, pero tengo que reconocer que esto duele”. ¡No va a doler, si está pasando tu vida por delante!


La escenificación de los pasos sevillanos es absolutamente magistral. Misterios como ejemplos cumbres de la Pasión del Dios hecho Hombre. Cristos solos, con la Cruz al hombro, símbolos de la desdicha más atroz, o clavados a los maderos vivos, agonizantes o muertos. Las Vírgenes (siempre jóvenes como la primavera que nace) solas o acompañadas por Sanjuanes que se ofrecen como amortiguadores de la pena. Dos personajes varoniles accesorios de la Semana Santa son los que, posiblemente, mejor simbolicen lo que representa un nazareno: el Cirineo y San Juan. El primero ayuda en un gesto solidario a compartir con Jesús el peso de la Cruz. En su ayuda está, o debería estar, ejemplificado lo que pretendemos desde el anonimato del antifaz. Bien portando cirios y cruces o compartiendo trabajadera envueltos en los sudores de un costal. El segundo acompaña a la Virgen en su inmensa soledad de Dolorosa sirviéndole de apoyo para que no desfallezca del todo. Curiosamente, son dos personajes que, como todo aquello que está impregnado de la bondad y la solidaridad verdadera, pasan desapercibidos. Los Cirineos sevillanos duermen durante casi todo el año el sueño de los olvidados en un almacen de enseres cubiertos con un guardapolvo. Los Sanjuanes tienen mejor suerte. Son colocados en la izquierda de los altares y son cómplices potenciales de rezos y peticiones. Nunca nos fijamos en ellos salvo cuando transitoriamente ocupan sus sitios junto a Ellas en los días señalaítos. Son perennes sostenes del desconsuelo. Nunca nadie les rezará pero son testigos imperecederos de nuestros gozos y quebrantos. Merced, Amargura, Mayor Dolor, Concepción…como ejemplos de que la pena, la gran pena, acompañada es menos pena. La Semana Santa sevillana se nos muestra perfecta en el fondo y en las formas. Nada sobra y nada falta en sus pasos. No solo brillan sus prodigiosas imágenes barrocas, sino también la perfecta disposición escénica de las mismas. Este milagro de la estética no ha sido tarea de un día sino de siglos de maduración. Nunca se alcanzó lo perfecto –en ningún campo- desde la novelería y la convulsión. Más bien nace fruto del proceso reflexivo que implica que se aúnen armoniosamente Arte, Fe y Tradición. San Juan no está junto a la Virgen por una cuestión de complemento estético. Está para que nuestro espíritu se tranquilice al comprobar que Ella no está sola.
El iconoclasta sabe que en Sevilla tiene el antídoto contra su sentido destructivo de las imágenes religiosas. Nadie se sustrae de la belleza cuando esta se nos muestra imbricada en la fe y la tradición. No hay más posibilidad de escape que sustraerse de contemplarla.

A las Vírgenes, a todas sin excepción, nunca les viene mal un San Juan donde poder descargar su desdicha y desconsuelo. Es el amigo fiel; el confidente insobornable; el compañero de fatigas; el hombro amigo en el que apoyarse y es, en definitiva, aquel al que todos los humanos buscamos cuando en la baraja de la vida nos pintan bastos.

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