“Nos las arreglamos mejor con
nuestra mala conciencia que con
nuestra mala reputación”
- Nietzsche –
Vivimos, parecer ser que definitivamente, instalados en una sociedad de
cartón piedra. Lo que importa es el atrezo del escenario más que el contenido
de la obra a representar. Todo es aparente y en todo mandan las apariencias. En
la actualidad cualquier persona que quiera “triunfar” o simplemente destacar
debe cuidar (más bien fabricar) de manera exquisita su imagen. Evidentemente no hablamos de una necesaria
estética que al conjugarse con la ética nos muestra lo mejor de los seres
humanos. Es otra cosa bien distinta. Se trata de fabricarse una imagen que
muestre en las apariciones públicas (fundamentalmente en televisión) unos
perfiles de persona atractiva y con grandes dotes de persuasión. Los políticos
ya reconocen sin ruborizarse que en las campañas electorales se hacen muchas
promesas que luego son flagrantemente incumplidas. Son, dicen, las reglas de un
juego en el que siempre pierden los mismos: los ciudadanos. Se ganan el aprecio
(los votos) de la gente por lo que aparentan y no por lo que son en realidad.
Hoy los asesores de imagen no dan abasto y en momentos puntuales sus
directrices siempre tienen prioridad sobre todas las demás. En un debate
televisivo está bien plantear cuestiones que al personal le suenen bien pero sin
nunca obviar mostrar a la cámara el perfil más favorecedor. Tener una “buena
presencia” ante el espejo de la estética se me representa importante pero, a no
dudarlo, tener un buen fondo en el armario de la ética es absolutamente
imprescindible. La eterna cuestión de que se debe priorizar: el fondo o las
formas. Nos engañan en las campañas electorales acariciando cabezas de niños y
dando besos y abrazos a diestro y a siniestro.
Se instalan en la “sonrisa profidén” y solo se la quitan para sentarse
en las deseadas poltronas. Dicen lo que no piensan y piensan lo que no
dicen. ¿Todos? Bueno seamos benevolentes
(sobre todo ingenuos) y digamos que casi todos. Recuerdo en mis ya lejanos años de juventud
que siempre preferíamos sacar a bailar a las más guapas del baile (que en no
pocas ocasiones eran tontas de remate) antes que a las menos agraciadas (que
casi siempre eran las más inteligentes). Mandaban sobre nosotros la
testosterona juvenil antes que el desarrollo del intelecto. El fondo y las formas marcando desde edades
muy tempranas nuestra andadura terrenal.
Juan Luis Franco – Lunes Día 5 de Octubre del 2015
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