Los escasos y presurosos viandantes
estrujan bajo sus pies las
vencidas
hojas secas del Otoño de la Ciudad.
Los niños, entre sueños y
suspiros,
se aferran con sus diminutas
manos
a los barrotes de las cunas con
los
soniquetes de eternas nanas
maternas.
Las hombre se agarran a las
espaldas de las mujeres y
las mujeres se agarran al
recuerdo de las abuelas ausentes.
Las esquinas de las desiertas
calles
claman contra la orfandad de las
vacías pilas bautismales.
Las guitarras y los violas
duermen su sinfonía de
siglos recostadas en fundas
con interiores de terciopelo
rojo.
Por entre las enredaderas de
los patios el viento silva entre
susurros y desde el Convento
de San José se escucha un
tenue Ave María.
En el reloj de la Audiencia
se oyen dos campanadas
que se pierden por entre
las salas vacías de jueces,
letrados y reos.
Los cordeles de las azoteas
se funden en un aterido
abrazo con el relente
de la noche.
Mientras, desde Itálica,
nos llega un eco ancestral:
¡Roma no paga traidores!
Juan Luis Franco – Viernes Día 16 de Octubre del 2015
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