viernes, 9 de octubre de 2015

El sol que más calienta





Desde mi temprana juventud tres cosas me han acompañado hasta el día que hoy acabo de gastar: Literatura, Cine y Música.  Cada vez me gusta más volver a leer, ver o escuchar obras que en su día me resultaron verdaderamente atractivas. Algunas reconozco con gozo que el paso del tiempo ha conseguido que incluso mejoren  la buena percepción que tenía de ellas. Otras, por el contrario, se me presentan como auténticos bodrios y, debo reconocer, que me dejan seriamente preocupado el pensar que un día pudieran gustarme. Esto de envejecer dicen que es un compendio de cosas buenas, regulares y malas. Nos dicen que a la par que disminuyen nuestras facultades físicas aumenta nuestra sabiduría. La verdad, no lo tengo yo tan claro. Ni todos los sabios son viejos; ni todos los viejos son sabios.  Debo reconocer que algunas mañanas me cuesta trabajo reconocer a ese hombre que se refleja en el espejo del cuarto de baño con la cara llena de espuma de afeitar.  Dada mi condición de sociólogo frustrado sigo siendo un curioso irredento (no confundir con los cotillas al uso) que observa, le interesa y reflexiona de todo cuanto le rodea. La Historia nos demuestra de manera fehaciente la repetición de roles, situaciones y personajes extraídos de otras épocas. Veo a Pablo Iglesias en la televisión y no puedo por menos que esbozar una cómplice sonrisa.  Hace muchos años cuando estaba inmerso en la efervescencia revolucionaria de mi juventud conocí a unos cuantos como él. Entonces yo militaba en una organización trotskista y cada semana, procedente de la Universidad, nos llegaba un par de “Pablos Iglesias” para “ayudarnos” teóricamente a programar una “Revolución de laboratorio”. Podría dar nombres de algunos de aquellos “revolucionarios” y nos llamaría poderosamente la atención los puestos/cargos que actualmente ocupan en la sociedad. Unos están dentro de los Consejos de Administración de algunas multinacionales. Otros se mueven como pez en el agua en el mundo de la Moda, el Arte, la Cultura, la alta Política o como asesores de imagen. Algunos dirigiendo para la televisión anuncios de productos malsanos o bien organizando eventos de alto copete. Llegaban a nuestras clandestinas reuniones con sus descuidadas barbas y sus aspectos desaliñados manejando un discurso revolucionario que, sinceramente, no terminaba de creerme. Nunca los consideré de los míos (ni antes ni ahora tampoco). Los conceptos corporativos de entonces giraban –y siguen girando- en torno al “camarada” o al socorrido “compañero”. Siempre, con el tiempo, terminan arrimándose a los despachos de los más poderosos. Aquellos que  afortunadamente tengáis todavía larga vida por delante ya lo comprobareis.  Se terminarán arrimando al sol que más calienta.  Tiempo al tiempo.


Juan Luis Franco –  Viernes  Día 9 de Octubre del 2015

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