Desde mi temprana juventud tres cosas me han acompañado hasta el día
que hoy acabo de gastar: Literatura, Cine
y Música. Cada vez me gusta más
volver a leer, ver o escuchar obras que en su día me resultaron verdaderamente
atractivas. Algunas reconozco con gozo que el paso del tiempo ha conseguido que
incluso mejoren la buena percepción que
tenía de ellas. Otras, por el contrario, se me presentan como auténticos
bodrios y, debo reconocer, que me dejan seriamente preocupado el pensar que un
día pudieran gustarme. Esto de envejecer dicen que es un compendio de cosas
buenas, regulares y malas. Nos dicen que a la par que disminuyen nuestras
facultades físicas aumenta nuestra sabiduría. La verdad, no lo tengo yo tan
claro. Ni todos los sabios son viejos; ni todos los viejos son sabios. Debo reconocer que algunas mañanas me cuesta
trabajo reconocer a ese hombre que se refleja en el espejo del cuarto de baño
con la cara llena de espuma de afeitar. Dada
mi condición de sociólogo frustrado sigo siendo un curioso irredento (no
confundir con los cotillas al uso) que observa, le interesa y reflexiona de
todo cuanto le rodea. La
Historia nos demuestra de manera fehaciente la repetición de roles,
situaciones y personajes extraídos de otras épocas. Veo a Pablo Iglesias en la televisión y no puedo por menos que esbozar
una cómplice sonrisa. Hace muchos años
cuando estaba inmerso en la efervescencia revolucionaria de mi juventud conocí
a unos cuantos como él. Entonces yo militaba en una organización trotskista y cada semana, procedente de la Universidad, nos llegaba
un par de “Pablos Iglesias” para “ayudarnos”
teóricamente a programar una “Revolución de laboratorio”. Podría dar nombres de
algunos de aquellos “revolucionarios” y nos llamaría poderosamente la atención
los puestos/cargos que actualmente ocupan en la sociedad. Unos están dentro de
los Consejos de Administración de algunas multinacionales. Otros se mueven como
pez en el agua en el mundo de la
Moda, el Arte, la
Cultura, la alta Política o como asesores de imagen. Algunos
dirigiendo para la televisión anuncios de productos malsanos o bien organizando
eventos de alto copete. Llegaban a nuestras clandestinas reuniones con sus
descuidadas barbas y sus aspectos desaliñados manejando un discurso revolucionario
que, sinceramente, no terminaba de creerme. Nunca los consideré de los míos (ni
antes ni ahora tampoco). Los conceptos corporativos de entonces giraban –y
siguen girando- en torno al “camarada” o al socorrido “compañero”. Siempre, con
el tiempo, terminan arrimándose a los despachos de los más poderosos. Aquellos
que afortunadamente tengáis todavía
larga vida por delante ya lo comprobareis.
Se terminarán arrimando al sol que más calienta. Tiempo al tiempo.
Juan Luis Franco –
Viernes Día 9 de Octubre del 2015
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