Bien cierto es que nunca llueve a gusto de todos y no lo es menos que
también las manecillas del reloj casi
nunca nos dejan contentos. Según las
circunstancias unas veces avanzan a una velocidad de vértigo y otras a paso
lento de tortuga. Los campesinos de
antaño sabían medir el tiempo sin llevar encadenado a sus muñecas un reloj de
pulsera. Sabían leer sabiamente los cuatro elementos atados a la naturaleza:
amanecida, mediodía, atardecer y madrugada. El trabajo en el campo marcaba las
pautas a seguir. Una noche placentera de sueño profundo pasa en un santiamén y
otra de pertinaz insomnio se hace eterna en el tiempo. Los minutos son los mismos
en los relojes pero siempre avanzan según las circunstancia de cada uno. La vida en definitiva está compuesta de
momentos. Unas veces gratos y otras
ingratos que no dejan de ser el resultado de la ecuación espacio-tiempo. Solo
los niños no necesitan medir el tiempo que marcan los relojes. Viven
intensamente el presente asumiendo simple y llanamente las coordenadas que les
marcan los adultos. Cuando son atendidos en todas sus necesidades son felices
por no tener todavía el lastre del pasado ni padecer en sus conciencias la
incertidumbre del futuro. Cuando en las primeras comuniones reciben como regalo
un reloj de pulsera ya forman parte de la cadena de horas, minutos y segundos. La vida siempre discurre enredada en los
momentos. Uno para nacer, otro para morir y muchos para vivir. Un bolero
tremendo y eterno que Roberto Cantoral
creó en 1965 decía en su comienzo….”Reloj
no marques las horas porque voy a enloquecer
/ ella se irá para siempre cuando amanezca otra vez / no más nos queda
esta noche para vivir nuestro amor / y tu tic tac me recuerda mi irremediable
dolor”. Un bolero que en la voz de
Mina o Los Panchos alcanza su cima de amor-festina desesperado. Es que cuando el Bolero, la Copla, el Tango argentino o el Fado tiran del desamor siempre aparecen
los factores tiempo y espacio como elementos fundamentales. Recuerdo en mi niñez cuando ayudaba a mi
madre a amortajar muertos en el “Corral de vecinos” que las viudas se empeñaban
en dejarles puestos a los difuntos sus relojes de pulsera. Afortunadamente
siempre aparecía en escena una vecina pragmática que le decía: “Anda mujé quítale el reló que seguro que adonde
va no necesita mirá la hora”. Tiempo, espacio y momentos fraguados en un
artilugio al que llaman reloj. Afortunadamente cuando se para no siempre lo
hacemos nosotros también. Un tic tac
acompasado por los laberintos de la vida.
Juan Luis Franco – Lunes Día 19 de Octubre del 2015-09-28
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