Aquí si que podemos afirmar que
no está – ni se le espera- esa pretendida dualidad al sevillano modo. El Año
Nuevo, como no podía ser de otra forma, comienza su auténtica andadura
sentimental con Ellos. Un Quinario y una Novena para que se abran de par en par
las puerta de la gloria sevillana. Se
complementan armoniosamente a través de la fe, la belleza estética y la
tradición que nos ata a nuestros ancestros. Aquí no se equivocó la Paloma de Alberti y
estrechó armoniosamente los lazos sentimentales que unen la Colegial del Salvador con
la Plaza de San
Lorenzo. Dos Juanes (Martínez Montañés y
de Mesa) nos legaron para la posteridad
dos obras cumbres de la imaginería. Hasta ellos mismos dudaron de si no sería
el Dios Padre quien manejaba sus gubias. El Gran Poder se nutre del dolor de
los demás y lo hace suyo en su dolorido rostro. Pasión lleva implícito en su
cara todo un tratado de teología sevillana. Devuelve sin reservas con su sereno
y cansado semblante el sosiego a las
almas en duermevela. Nunca unas imágenes dijeron tanto a tantos. Pasan los años y con ellos, como muchos,
pasaremos nosotros pero el Gran Poder y Pasión permanecerán eternamente como
faros luminosos de una Ciudad que se vértebra entre la fe y las tradiciones. Imaginarlos fuera de Sevilla es una quimera
que ni el mismo Dios de Abraham podría permitirse. Verlos estos días tan
cercanos (aunque nunca dejan de estarlo) es tocar el cielo con la palma de la
mano. El Señor de Sevilla lo es por así
determinarlo la voluntad y la fe de todo un pueblo. El Señor de Pasión es el
antídoto que, a través de la belleza estética, pone una dosis de reflexión
intelectual a la muerte cruel e injusta.
Son convergentes pues ambos se retroalimentan de la misma fuente: la Ciudad de Sevilla. Pasarse estos días por sus dulces moradas es
entrar en unos hermosos laberintos sentimentales donde la luz siempre consigue
vencer a las sombras. Son el Gran Poder
y Pasión.
Juan Luis Franco – Domingo Día 3 de Enero del 2016
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